Por: Sydne Mariel Mendoza Mera
La tercera revolución industrial de finales del siglo XX cambió de manera radical la forma en la que se gestionan y protegen los datos personales, así como su recopilación masiva y su análisis, mismos que en la actualidad pueden poner en riesgo el derecho a la privacidad y la libertad de ser uno mismo sin vigilancia constante, pero no solo eso; hoy en día, la toma de decisiones personales muchas veces se deriva de la influencia de algoritmos destinados a “pensar” por nosotros.
El artículo 12 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos establece que «nadie será objeto de injerencias arbitrarias en su vida privada, familia, domicilio o correspondencia». Sin embargo, en la era digital, la capacidad de las instituciones y corporaciones para recolectar y analizar datos ha puesto en entredicho este principio, ya que la protección de la privacidad de los individuos para participar en la esfera pública e incluso su vida privada es una frontera al respeto individual que se cruza fácilmente.
Desde la navegación en internet hasta la actividad en las redes sociales genera información detallada de nuestro comportamiento, gustos y aspiraciones para crear un perfil minucioso de cada usuario e impulsa el monitoreo del comportamiento de los ciudadanos, o consumidores, o de lo que requiera quien compra o hace uso de esos datos.
Este tipo de vigilancia de características Orwellianas donde se personaliza la información y la publicidad puede conducir incluso a la polarización social, ya que al conocer el perfil del usuario existe la posibilidad de reforzar dogmas y prejuicios que dificulten el pensamiento crítico y restrinjan el debate, lo que limita la calidad de la democracia y socava el pensamiento libre.
Si bien se han implementado nuevos conceptos normativos como “derecho al olvido” “ética digital” “portabilidad de datos” “permiso explícito” y legislaciones que protegen el uso de nuestros datos personales su cumplimiento aún es discutible en muchos países.
Es necesario reconocer que la inteligencia artificial avanza con mayor rapidez que los marcos normativos y también olvidamos considerar que la conciencia pública sobre la importancia de proteger nuestros datos y nuestra privacidad también es necesaria para asegurar entornos de libertad en este contexto contemporáneo, donde nuestras decisiones no sean socavadas por la vigilancia y control de datos y donde nuestra autonomía individual no se vulnere mediante publicidad dirigida, sesgada y polarizada.
De alguna manera la educación digital es también indispensable para empoderar al ciudadano en la comprensión del uso responsable y protección de su información personal como parte de su privacidad digital para que la paradoja de la conectividad no erosione nuestra libertad.
Así; a mayor conectividad, mayor manipulación y desde luego mayor exposición, quizá muy pronto el derecho de guardar algo de información para sí mismo sea el camino para mantener una dignidad, identidad, conciencia humana y salud mental como principios no negociables frente al control total de entornos sociales tecnológicamente manipulados.
¡Hasta pronto!