Ricardo Del Valle
La humanidad es una vasta red de individuos que comparten un mismo mundo, pero no una misma forma de pensar. Cada persona, desde su nacimiento, es moldeada por factores únicos: su familia, cultura, educación, entorno social, religión, experiencias de vida y hasta la época en la que le toca vivir. Estos elementos influyen directamente en la manera en que cada individuo percibe la realidad y construye sus ideas, valores y creencias.
Es por ello que pensamos de manera diferente. Lo que para una persona es evidente y lógico, para otra puede ser absurdo o inaceptable. Esta diversidad de pensamientos, lejos de ser un defecto, es una de las mayores riquezas de la humanidad, pues permite el intercambio de ideas, la innovación y el progreso. Sin embargo, también es fuente constante de conflictos, ya que cada individuo suele creer firmemente que su manera de interpretar el mundo es la correcta, y que las demás posturas están equivocadas o son menos válidas.
Psicológicamente hablando, creer tener la razón es un mecanismo natural de defensa de nuestras propias creencias, pues nuestro cerebro busca coherencia entre lo que pensamos, sentimos y hacemos, y cuando alguien desafía esa coherencia, lo interpretamos como una amenaza. Este fenómeno psicológico, conocido como “disonancia cognitiva”, nos empuja a defender nuestras posturas con vehemencia, incluso lamentablemente, también cuando carecemos de argumentos sólidos.
Además, el ego humano juega un papel determinante: aceptar que el otro tiene razón implica, en muchos casos, reconocer que nosotros estábamos equivocados, lo cual hiere nuestro orgullo y nos hace sentir vulnerables. De ahí que muchas discusiones no se centren en el diálogo y la búsqueda de la verdad, sino en demostrar quién tiene más poder, quién grita más fuerte o quién se impone ante el otro.
Cuando cada persona se aferra a su verdad como absoluta, surgen fricciones inevitables en la vida diaria: en la familia, el trabajo, la escuela y la sociedad en general. La incapacidad de aceptar que existen diferentes formas de pensar genera intolerancia, discriminación, violencia verbal y física, e incluso guerras a gran escala. En los espacios cotidianos, esta dinámica provoca relaciones rotas, ambientes tóxicos y una convivencia plagada de tensiones.
La raíz del problema no está en pensar diferente, sino en NO SABER MANEJAR ESAS DIFERENCIAS. La diversidad debería ser un puente hacia el entendimiento y no un muro de división. Sin embargo, mientras prevalezca la necesidad de “tener la razón” sobre la necesidad de convivir, los conflictos persistirán.
Luego entonces, ¿qué podemos hacer para construir una efectiva y tangible convivencia lo más armoniosamente posible?
-Practica la empatía activa!!! Pues no basta con que escuchemos; es necesario que COMPRENDAMOS DE VERDAD el punto de vista del otro. El ponernos en el lugar del otro, no significa renunciar a nuestras convicciones, sino que entendamos qué experiencias llevan a la otra persona a pensar de ésa manera. La empatía abre la puerta al diálogo sincero y reduce los prejuicios.
-Fomentemos en nosotros la educación emocional y el autocontrol para que aprendamos a manejar nuestras emociones, pues es la clave para NO reaccionar con violencia ante las diferencias. La educación emocional nos ayuda a que distingamos entre el desacuerdo con una idea y el rechazo a la persona que la expresa, controlando y hasta disipando con ello: el enojo, la frustración y el orgullo, permitiendo así, un diálogo respetuoso.
-Busquemos puntos en común… antes que diferencias. Todo antes que una discusión, puede transformarse en un espacio de encuentro si nos enfocamos en lo que nos une como personas y no en lo que nos separa. Identifiquemos nuestros intereses compartidos como la paz, el bienestar familiar o el deseo de progreso. Éso facilitará que encontremos soluciones conjuntas y fortalezcamos los lazos de convivencia.
La diversidad de pensamientos es una característica natural de la humanidad. Es normal que cada persona crea tener la razón, pero cuando éste impulso se convierte en obstinación, la convivencia se ve afectada. Para construir una sociedad más sana, debemos aprender a aceptar la pluralidad como una riqueza, a dialogar con respeto y a poner la empatía por encima del ego. Solo así podremos transformar los conflictos en oportunidades de crecimiento y unión.
El mundo no cambia cuando todos piensan igual, sino cuando aprendemos a convivir en paz con nuestras diferencias.
Shalom.