Las historias que aquí planteó son reales; sucedieron en 2020 cuando el mundo fue azotado por el temible coronavirus. Los nombres de los protagonistas fueron reducidos a iniciales y lo que cuento va así:
Sólo secuelas
Durmió inquieto a causa de un calambre agudo que le atormentaba la pantorrilla derecha. Cerca del amanecer lo despertó un intenso dolor en el pecho de tal magnitud que parecía como si los huesos se le quebraran, como si su espíritu se elevara al cielo y su esencia se disolviera como un suspiro. Horas después, en un consultorio público, JBR escuchó el veredicto por todos tan temido: Covid-19; también se enteró que había sufrido un infarto y la doctora no daba crédito a que hubiera sobrevivido.
Lo trasladaron en ambulancia, dentro de una cápsula, al Hospital 20 de noviembre del ISSSTE, a donde llegó ahogándose y azulado por la falta de oxígeno. Permaneció 14 días en la institución, suficientes para darse cuenta del valor del personal médico y agradecer que no lo intubaran porque, dice, eso significa que “hasta ahí llegaste”.
El contagio le dejó débil, flaco y con problemas para respirar, pero su ánimo por vivir sigue inquebrantable. El día que lo dieron de alta no sabía si caminar o llorar porque frente a él veía a médicos, enfermeras y afanadoras aplaudirle por haber vencido al enemigo.
Soledad y jaqueca
El peor momento de su vida no fue perder el empleo ni tampoco divorciarse; la verdad el peor momento ha sido hasta ahora haberse contagiado de coronavirus. Cuando AR sintió tremendo dolor de cabeza y un creciente ardor de garganta se vistió de volada. En el Hospital General le confirmaron lo que temía y se sintió como una niña pequeña a quien dejaron olvidada en el estacionamiento de n súper mercado.
Los suyos fueron siete días de tormento. En lugar de dolor sentía ardor en la cabeza, agotamiento y temblorina a causa de la fiebre. A veces comía, en ocasiones sólo dormitaba; se levantaba de madrugada apoyándose en los muebles hasta llegar a la cocina para prepararse agua de limón, que fue su mejor aliada en ese trance.
Familiares y amigas le proporcionaron alimentos, despensa y dinero. Su única compañía fue su perrita, que desde la entrada de su casa la vio sufrir esta pandemia.
El niño la libró
JV y su esposa cayeron en cama a causa del Covid. Primero él se supo enfermo y mientras ella lo atendía también contrajo la enfermedad. Decidieron que los hijos mayores estuvieran con la abuela paterna, pero el pequeño de 3 años se quedó con la pareja.
Ahora recuerda que cuando ambos padecían los peores dolores que han sentido en la vida, JV junior corría y saltaba por la casa, pedía comida y lloraba cuando le daba sueño.
JV llegó a pensar que su corazón estallaría en cualquier momento, pues era tanta la agitación que le causaba la taquicardia que su órgano latía con tanta fuerza que estando boca abajo hacía retumbar el colchón.
Al parecer el niño contrajo el virus, pero no enfermó; su padre dice que la libró.
24 de un jalón
Suponían que a su terruño el virus no iba a llegar; se sabían fuertes, bien alimentados; además, desde que supieron de su existencia extremaron todos los cuidados: uso de tapabocas, sana distancia, no asistir a lugares concurridos y aplicarse gel antibacterial en todo momento.
BGV ignora cómo fue que el Covid tocó a la puerta de casa de los abuelos y quién le permitió el acceso. Lo cierto es que de un jalón 24 miembros de la familia se contagiaron. Todos dieron la batalla, pero tres sucumbieron ante los efectos del virus.
La familia quedó incompleta: fallecieron tres varones; cada uno fue inhumado de inmediato en ceremonias tristes, con escasa presencia de amigos y familiares. Del naufragio infeccioso rescataron la cohesión del grupo y la entereza para enfrentar las desgracias. Por supuesto que el contagio les dejó secuelas pero también enseñanzas: ahora están más juntos que nunca.