Fabiola Díaz de León
Pero ninguna cantidad finita de poder puede jamás ser vista de hecho como suficiente, sobre todo una vez obtenido. El partido de hecho se encuentra, debido a los efectos de la ausencia de pensamiento, en un estado continuo de impotencia que atribuye siempre a la insuficiencia del poder del cual dispone. Si fuera dueño absoluto del país, las necesidades internacionales imponen límites estrechos.
Así la tendencia esencial de los partidos es totalitaria, no solamente en relación con una nación, sino en relación con el globo terráqueo. Es precisamente porque la concepción del bien público propio a tal o cual partido es una ficción, una cosa vacía, sin realidad, que se impone la búsqueda del poder total. Toda realidad implica por sí misma un límite. Lo que no existe en lo más mínimo no es limitable.
Es por ello que hay afinidad, alianza, entre totalitarismo y mentira
(…). Jamás concebirían que su partido pudiera tener en ningún caso demasiados miembros, demasiados electores, demasiado dinero.
(…) el crecimiento material del partido se convierte en el único criterio en relación con el cual se definen, en todas las cosas, el bien y el mal. Exactamente como si el partido fuera un animal de engorda y que el universo hubiera sido creado para hacerlo engordar.
(…) Si se tiene un criterio distinto al bien, se pierde la noción del bien.
Simone Weil, Notas para la supresión general de los Partidos Políticos. Escritos de Londres, Simone Weil: Profesión de Fe de Sylvia María Valls.
A pocas semanas de la elección intermedia de 2021 y con el Tribunal Electoral saturado de demandas y resolviendo disputas es clara la visión del panorama político de México. Tenemos ante todo al INE que se alimenta y engorda con la creciente existencia de afiliados a los partidos existentes y a los de nuevos registros. Supongamos que el país fuera un pastel conformado por el electorado, cada afiliado, cada votante, representa dinero del erario que va a regular y a administrar el INE. Le conviene, por dónde se le vea, que este número incremente. De ahí pasamos a los Partidos Políticos y los aspirantes independientes a puestos de elección popular.
El Congreso va a tener, con sus 500 representantes, incluyendo plurinominales, la capacidad de manejar todo el presupuesto anual de la nación. Dinero que debe resolver las necesidades que se deriven de las decisiones del Senado, el Congreso y el resto de los Poderes. De ahí se van a cubrir las nóminas del monstruo burocrático que se derive de todo el aparato administrativo del Estado. La pregunta es ¿cuánto nos cuesta que nos gobiernen? ¿cuánto puede ser destinado a los programas y de ello cuánto llega realmente al pueblo?
El poco o mucho dinero que alcanza a los ciudadanos tiene un costo insospechado. No hay dinero que alcance para mantener la figura administrativa a la que, democráticamente, hemos llegado. La pirámide es tan alta que poco o nada llega a la base. La única solución es, usando las instituciones ya conformadas, invertir la figura. Que a las comunidades se les asignen los recursos según sus pobladores y que sean ellas mismas las que provean la bonanza entre sus ciudadanos. Que hagan sus programas sociales y que formen alianzas con otras comunidades aledañas para tener una red que, eventualmente, llegue al federalismo. No importa si son comunidades rurales o urbanas. Importa que los recursos sean aprovechados al máximo en el bien común y no en el bien burocrático de unos cuantos.
Que el poder sea de las bases y no de la punta de la pirámide.