Matices y claroscuros

Salvador Franco Cravioto

¿Se puede vivir sin fe? Si por fe se entiende cualquier profunda pasión existencial por algunos valores, que justamente hagan de la existencia propia algo sensato, y de nuestra relación con los demás algo sensato, digo que no, no se puede vivir sin fe; en cambio, si por fe se entiende una creencia religiosa, yo respondo tranquilamente que sí, sí se puede vivir sin la fe. La fe no es necesaria en absoluto para dar sentido a la propia existencia.

Se puede dar sentido a la existencia de muchas formas

Paolo Flores d’Arcais

En una habitación completamente oscura, basta con encender una vela para que la luz pueda extenderse a todas partes

David Servan-Schreiber

Creer es un acto de fe. Saber es un acto de realidad observable. La fe racional y objetiva -que jamás dogmática ni absoluta- en los grandes maestros intelectuales y espirituales, por contradictorio que resuene, es esa luz brillante de vela tenue de la habitación oscura de la que hablaba David Servan-Schreiber; esa fuente racional de la que brota esa “pasión existencial por algunos valores” que debate Flores d´Arcais en el Teatro Quirino de Roma frente al dogmático y recio aunque jamás intransigente Cardenal Joseph Ratzinger.

Si equiparamos a los grandes maestros a la categoría de iniciados, nos tendremos forzosamente que preguntar, ¿qué es un iniciado? Un iniciado es aquel ser que ha cruzado la puerta del proceso de evolución de la consciencia a un nivel más allá del que podríamos considerar común, con o sin necesidad de haber pasado por un ritual iniciático formal; o bien, en otras palabras, alguien que se ha capacitado para ser “un operador consciente y competente con aquellos seres, de niveles superiores de consciencia al físico, que guían y cuidan a la humanidad”, con el uso de distintos tipos de fuerza. “Un iniciado es alguien que entra en un nuevo sendero” (2010, El significado de la iniciación).

Pero además un verdadero iniciado es el hombre -o mujer- que sabe distinguir con sabiduría lo ético -pretendidamente universal- de lo moral -relativo y contingente-. Alguien que -si bien es humano y por lo tanto no es perfecto- conoce -entre tanto- del riesgo, aun de la más adelantada o progresista teoría científica social, cultural o humana que no sea una ciencia exacta, de convertirse con suma facilidad en dogma ideológico o bien servir a un sistema ideológico para adoctrinar, enajenar y alienar a determinados grupos o masas en beneficio de otros grupos, minorías, intereses excluyentes o poderes fácticos personales o colectivos en un determinado momento histórico; y por tal motivo se aboca con libertad a pensar el mundo y a enseñar las cosas de manera diferente y acaso -como lo muestra la historia-, revolucionaria.

En el mundo del siglo XXI -infestado ya de toda clase de información y opiniones que se mueven a ritmos cada vez más acelerados a través de un cada vez más invasivo y omnipresente espacio digital-, aludíamos por ejemplo, a la vigencia de Sócrates, quien según su Apología -narrada por Platón hacia el año 400 a.C.- fue condenado a muerte por predicar y expresar un discurso que no era precisamente el más ortodoxo ni acaso políticamente correcto para la época. Sócrates, mediante un discurso filosófico basado en la mayéutica, que eran preguntas para motivar el diálogo constructivo e indagar la verdad, asumió que él era el más sabio de todos los atenienses, porque sin creerse tal, a diferencia de los demás, él solo sabía que nada sabía. Por lo tanto, concluyó que al ser el más consciente de lo poco que sabía, eso era precisamente lo que lo distinguía de los demás filósofos. No temía decir que nada sabía y en realidad eso lo hacía el más sabio de Atenas.

Continúa…