Imagino al pueblo en su bullicio habitual de medio día. Imagino la bruma endémica de octubre atenuar la luminosidad del sol de otoño, aderezando con un ligero sopor las calles sinuosas del pueblo de montaña. Imagino a un hombre, ataviado completamente de negro, envuelto en una capa y con un sombreo de oficial, dirigirse solemnemente al jardín central del pueblo, desenrollar el bando fúnebre y con voz firme proclamar: ¡Atención todos! Hoy ha muerto el Marqués de Real del Monte. Elevado momentáneamente sobre la punta de sus pies haría chocar los tacones de su calzado como la claqueta cinematográfica que da paso a una escena en que todos los pobladores que lo han escuchado detienen su andar para guardar un minuto de silencio.

Esto debería haber ocurrido el lunes pasado. Pero no fue así. A mi la noticia me sorprendió mirando una publicación en ‘feisbuc’. Entraba con mi hija a un sitio que expende ensaladas de todos tamaños cuando la querida doctora Verónica Kugel me dijo digitalmente que el maestro Luis Rublúo había fallecido. La muerte de un amigo siempre cae como un balde de agua fría sobre la espalda, siempre se siente como una punzada en el medio del pecho, siempre deja escapar un “¡Carajo!” que sorprende y a veces ofende a quien lo escucha, siempre hace recordar aquel verso esgrimido por el argentino Oliverio Girondo: “Muerte puta, muerte cruel.”

El pasado lunes 17 de octubre falleció el más longevo de los historiadores hidalguenses. Nacido en Real del Monte en 1940. Desde muy joven eligió la letra escrita para expresarse a pesar de la negativa de su padre. Ahí fue cuando adoptó el seudónimo (heterónimo, díra yo), del “Marqués de Real del Monte”. La coronación de su osadía juvenil en la prensa local sería cuando su padre le hiciera notar que ese tal “marquesderealdelmonte” escribía muy bien. A partir de ahí las alas de este autor se desplegarían para emprender un vuelo majestuoso en la literatura y la historiografía hidalguense.

Afincó su estancia en la Ciudad de México (que disputó en más de una ocasión su paisanaje) para estudiar Derecho e Historia. Desarrolló desde muy temprano una prolífica bibliografía que le permitiría navegar en diversos géneros como la poesía, el ensayo, la historia. Nunca se desligó de sus raíces mineralmenteses, ni hidalguenses. Encabezó instituciones culturales y escribió devotamente sobre su tierra. De todos los múltiples premios que recibió, dos los consideraba la confirmación de su hidalguía: el Premio de Ciencias y Bellas Artes, Hidalgo 1980 y la Charola de Plata de Honor en Real del Monte en 2008. Esto a pesar de haber recibido premios nacionales e internacionales que también recibieron en su momento personajes como Migule León Portilla.

Su producción literaria llega a los setenta libros. Cuatro de ellos me vienen a la memoria y descansan en los plúteos de mi biblioteca. El primero de ellos es “Juego de Palabras ( Antología inquieta de ensayos)”, publicado en el estado de Nuevo León, donde un joven Rublúo de treinta y ocho años hace gala de su vocación analítica y demuestra una pluma incisiva y dedicada; el segundo es “Viajes alrededor de la biblia”, en donde el autor ensaya su perspectiva franca sobre su fe y recrea pasajes que van más allá de lo dogmático; el tercero es un libro que tuve la fortuna de editar, “Efigie de caudillos”, la celebración que el autor hace de doscientos años de independencia y que apareció en 2012 majestuosamente editado por el Gobierno del Estado de Hidalgo y; “Real del Monte Virreinal, crónicas de un viejo mineral”, un volumen dedicado a su terruño (y que tuve el privilegio de conocer desde su manuscrito) que explora, desde la Conquista hasta el establecimiento de la nación mexicana, los avatares históricos de su pueblo, este libro fue publicado apenas el año pasado como un acto de justicia a la estatura del autor.

He tenido la fortuna de haber compartido con el Marqués de Real del Monte momentos entrañables. A lo largo de seis o siente años compartimos un desayuno que se prolongaba más allá del medio día; lo inauguramos en un restaurante tipo americano de la Calzada de Tlalpan (apenas a unas cuadras de su casa) y lo perpetuamos en el restaurante de un hotel que mira a la cara sur del Reloj Monumental de Pachuca. Lo que ahí hablamos, conforma un tesoro de conocimiento y amistad que guardo celosamente en la memoria y el corazón.

Lamento profundamente no haber asistido a la ceremonia que celebraba los cincuenta años del CEINHAC; el Centro de Investigaciones Históricas A.C., agrupación que ha fomentado, impulsado y construido la investigación histórica de Hidalgo desde 1972 y de la cual Luis Rublúo formó parte de su fundación. De haber estado allí, le hubiera saludado, abrazado y seguramente no le habría dicho cuánto le admiraba, cuánto le quería y cuánto añoraba nuestras pláticas.

Creo, fervientemente, que los restos de Luis Rublúo Islas, Marqués de Real del Monte, deberían descansar en la Rotonda de Hidalguenses Ilustres. Estoy seguro, que la nueva autoridad estatal, sensible a la cultura más que otras administraciones, hará lo propio para que esto ocurra.

Don Luis, mientras viva, no le voy a olvidar.