Para César Villalobos, de 24 años de edad, trabajar para una Fintech es fabuloso; compagina sus estudios universitarios con trabajo por horas en su computadora, desde casa, ofreciendo créditos al instante y sin consultas al Buró de Crédito, que la gente recibe por lo general con gran entusiasmo.

Con este sistema de contratación de líneas de crédito “que crecen”, es decir, que inician con dos o tres mil pesos y se incrementan conforme el acreditado demuestra responsabilidad de pago, las Fintech se están apoderando de un mercado antes restringido a las instituciones bancarias.

Para los usuarios tratar con las Fintech, las que crecen aceleradamente gracias a la nueva tecnología digital, es muy atractivo, y se pasan la voz entre amigos y familiares, recomendándolas, pues las tasas de interés que ofrecen son similares a las de los bancos, con la ventaja de que solo se piden los datos personales y el depósito del efectivo se realiza en las siguientes 24 horas.

Pero como todo paraíso, tiene también su contraparte, su infierno; el uso de la nueva tecnología en telecomunicaciones no es privativo de las Fintech y tan solo BBVA Bancomer anunció la semana anterior que despedirá a más de mil empleados como parte de su transformación digital.

Llega a México el futuro que ya se dio en otras naciones más desarrolladas, con medidas que consideran los economistas, se extenderán a toda la banca.

Y es que México es uno de los países más amenazados por este avance tecnológico, que pone en riesgo a por lo menos el 40 por ciento de los trabajos de oficina con tareas repetitivas en el mundo, según un estudio de la Universidad de Oxford.

Pero en lo general tendríamos que preguntarnos qué pasará con el servicio al cliente y con los precios de los servicios financieros, pues si bien la tecnología puede impulsar el acceso de millones de mexicanos al circuito de ahorro y crédito, también puede producir mayor competencia, y con ello, una nueva realidad financiera.

Operan ya en México unas 250 empresas Fintech –el número exacto se desconoce, al no estar reguladas en muchos de los casos-, en lo que los especialistas en economía llaman “un archipiélago de startups” que aspiran a adueñarse del mercado del crédito.

Para ello buscan, al igual que Uber, Airbnb y algunas telefónicas, convertir el conocimiento de sus clientes y sus prodigiosas bases de datos en la llave de acceso a los negocios financieros. Pero habría que preguntarse qué riesgos encierra esto para los usuarios.

Corresponde a la Comisión Nacional Bancaria y de Valores las tareas de supervisión de las empresas financieras, pero al parecer resulta obvio que no podrá sola y tendrá que contar con el apoyo de la Procuraduría General de la República y de la Secretaría de Seguridad Pública, para combatir una criminalidad online que llegará aparejada.

Esta nueva realidad financiera conlleva riesgos para quienes ahora, con gran facilidad, proporcionan telefónicamente datos muy personales, con tal de recibir créditos de quien, asegura en la llamada, es una pequeña financiera.

Si los mexicanos difícilmente leemos y analizamos un contrato al momento de firmarlo ante una institución bancaria para obtener un crédito, difícil resulta pensar en que primero investigaremos a la empresa que nos hizo la llamada telefónica, si está regulada por las autoridades y que garantías de confiabilidad nos ofrece antes de darle nuestros datos personales.

Tenemos entonces dos vertientes; por una, la pérdida de empleos en el sector bancario, y por otra, el riesgo tan grande que representa proporcionar datos personales vía telefónica a quien se ostenta como representante de una empresa financiera pero no nos da ninguna certeza de que lo es.

Es evidente que este avance tecnológico requiere, hoy más que nunca, la intervención de las autoridades para proteger a la población en general.

 

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