Se dice que un iniciado es aquel que puede ver el símbolo en todas partes, lo que nos permite pensar que además de este mundo existe otro que se manifiesta en un plano más reservado; también es popular la idea que dice que ciertas personas poseen un don que las hace ser sensibles a hechos sobrenaturales, es decir, a aquellos fenómenos que parecen escapar a las leyes de la física, por ejemplo, invocar y hablar con los muertos; pero también están las personas comunes que en algún momento de sus rutinarios soles son testigos de lo inexplicable y de lo increíble, estos individuos generalmente son escépticos, pero algo de la cartomancia, de la necromancia o de la adivinación se aferra a sus miedos más interiores para hacerlos creer, o al menos considerar, aquellas voces, sombras y movimientos que les ocurren cuando se encuentran en soledad.
Un ejemplo del tercer tipo de personas, las que generalmente son incrédulas, lo leemos aquí: «Úrsula, ya casi ciega, fue la única que tuvo serenidad para identificar la naturaleza de aquel viento irreparable, y dejó las sábanas a merced de la luz, viendo a Remedios, la bella, que le decía adiós con la mano, entre el deslumbrante aleteo de las sábanas que subían con ella, que abandonaban con ella el aire de los escarabajos y las dalias, y pasaban con ella a través del aire donde terminaban las cuatro de la tarde, y se perdieron con ella para siempre en los altos aires donde no podían alcanzarla ni los más altos pájaros de la memoria.»
La cita anterior pertenece a la novela “Cien años de soledad”, de Gabriel García Márquez, y el hecho maravilloso del que hemos sido receptores a través de su lectura ocurre en otro lugar no menos mágico llamado Macondo, una tierra de aspecto tropical donde la familia Buendía decidió asentarse para vivir en tranquilidad, sin embargo, la vida industrial comienza a devorar Macondo hasta que sólo quedan de su pasado las imágenes de la nostalgia que la memoria evoca.
Úrsula es una de las fundadoras de Macondo, junto con su esposo, ella vive, según nos dice la novela, ciento veinte años y el final de sus días los pasa en la ceguera absoluta, sin embargo, antes de que pierda la vista por completo, es testigo de cómo Remedios, la bella, por un hecho inexplicable, sube al cielo para regresar jamás; la escena, de luminosa presencia, contrasta con el Macondo tenebroso que se apropia de la novela, es un Macondo donde la lluvia no cesa nunca, donde los militares se apropian del espacio y en el que las corporaciones plataneras abusan de la tierra; Macondo es la tierra prometida que se torna en condena.
Úrsula es la fundadora y esposa de toda su familia, los Buendía, entre ellos existe el temor de que uno de sus hijos nazca con una cola de cerdo, pues la familia, como nos lo dice el personaje Melquiades, está condenada a padecer algunas desgracias como cien años de soledad. En la mujer ciega que ve, la joven bella que asciende, y el general que es fusilado podemos encontrar evidencias de aquellos individuos escépticos, sensibilizados o iniciados que pueden cruzar entre las dos dimensiones que nos circundan, la de la realidad y la de lo inexplicable.
La constancia de la lluvia de Macondo a los dos meses se convirtió en una nueva forma de silencio, ¿cómo saber que nosotros, como Úrsula, no habitamos en lo irreal y que su constante presencia nos ha hecho acostumbrarnos a ella?