Ahora las cosas se trabajan por internet; la pantalla es nuestros ojos y por ahí buscamos, rascamos, indagamos.

Me encuentro con unas esculturas que no tienen mucho en común con lo que he visto antes; supongo que cuando eso ocurre, es porque aparece en el horizonte un nuevo artista de valor real, que le da continuidad a la creación plástica.

Pintora y escultora mexicana, nacida en 1974, Karla es egresada de la Academia de San Carlos y del Centro Morelense de las Artes.

El interés surge porque al mirar las piezas de Karla, recibo un golpe sensitivo en la boca del estómago; no comprendo si se debe a la estilización de las figuras, a la carga emocional de los rostros, a la nostalgia que la escultora plasma en el metal. Es algo que no puede definirse; cuando la emoción rebasa al discurso, cuando las palabras ya no dan para traducir, es entonces que se produce ese choque entre el que observa y el objeto.

A través de su obra –especialmente bronce y resinas poliméricas –sustentada en la sencillez y la complejidad de lo simple, recurre a la construcción de un diálogo que adquiere gran importancia cuando se encuentra con el observador, trascendiendo al provocar en él, el brote de una emoción.

Y es que, por ejemplo en El regalo del silencio, una obra construida mediante una barra en bronce y hoja de oro de 160 centímetros, al final se encuentra sentada una figura femenina que rebasa por mucho el título de la pieza; mujer tocada por un viento silente, nostálgico, cuya postura, mirada y expresión, trastoca el razonamiento y nos vuelve presas de lo mágico, de ese mundo invisible que magulla nuestras fibras y nos vuelve más humanos.

Sus piezas han sido convertidas en preseas para deportistas y premios especiales en la Asociación de Banqueros de México. Durante 12 años ha expuesto en diversas galerías de México, ha colaborado en escenografías para comerciales, películas, así como trabajos de restauración; es decoradora de interiores en oficinas y hoteles.

Escarbar en sus trabajos es ir de la sorpresa al asombro; de la admiración a la sublimación.

Salomón trabaja muchas veces en función de destellos que la vida le propone como actos cotidianos, entre los cuales suele encontrar valores como la bondad, humildad o agradecimiento.

Llevar esto al metal, a la resina, a la galería, no supone un trabajo fácil para quienes no nos encontramos inmersos en el mundo de la plástica.

Cosa que para Karla no es problema, ella construye también a través de símbolos personales, que sin embargo, por el hecho de surgir del sentimiento, alcanzan la universalidad y con ello tocan las fibras emocionales del espectador.

Supongo que uno puede ver los rasgos de una persona y a partir de ahí crear una historia en la mente; transmitirle esto a un objeto inanimado y conseguir que hable cuando se le mira, eso es otra cosa.

Admiradora de la obra de Leonora Carrington y Remedios Varo, así como amante del trabajo con el arte indígena –un taller más de oficio que de plástica–, en su trabajo Salomón entreteje el conocimiento sutil del mundo invisible –deidades que sustentan las fuerzas ancestrales, o seres del mundo fantástico, como los elementales en los celtas –produciendo piezas que nos conectan con la seducción de lo imaginario.

Me embeleso en su página y voy de imagen en imagen, sin prisas, construyendo un diálogo con cada obra, hasta que llega el momento de decidir si dejar escapar un suspiro o una lágrima.

Creo que la artista tiene también un punto de inspiración en los rasgos humanos y su traducción a emociones; su viaje artístico nos lleva en un vaivén entre la sensación y el sentimiento, como el leitmotiv de su discurso.

F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías

@ALEELIASG

 

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