Fue en el mes de diciembre de 2019 cuando China alertó al mundo sobre un virus que se incrustó en los seres humanos a partir del contagio de animales, proceso al que se le conoce como -zoonosis- El primer caso registrado en el continente americano apareció el 19 de enero del 2020, en la ciudad de Washington, en los Estados Unidos de Norteamérica. A partir de esa fecha, el emblemático año habría de convertirse en una de las peores pesadillas que ha enfrentado la humanidad.

En los primeros días el escepticismo se apoderó de unos cuantos, la ansiedad y angustia de otros más. Hubo quienes corrieron a atiborrar sus despensas con todo tipo de latería y papel de baño para enfrentar el desabasto que se aseguraba sucedería, mientras otros, a la fecha, continúan afirmando que el azote por el virus no es más que una pantomima que dará paso al “Nuevo Orden Mundial” Asombra, sin duda, la capacidad del ser humano para crear historias, para convencer a los demás de las mismas, para caer desvanecidos sobre las rodillas y orar colocando nuestra vida y destino en un ser supremo, o para dar rienda a la enorme capacidad intelectual y científica buscando sin descanso la forma de enfrentar al virus ese y aniquilarlo con la vacuna que ha desatado una enorme carrera entre las potencias por su conquista.

Todo esto ha sucedido mientras hemos visto y vivido con terror la muerte y enfermedad de nuestros seres queridos, el quiebre de nuestros bolsillos, la inestabilidad social, la falta de empleo y aunado a todos los factores externos, la ansiedad y depresión que millones están padeciendo por el encierro, el pseudo encierro, la frustración y el desamparo que sufrimos, no tan solo de la divinidad, sino también del gobierno. Nos encontramos flotando a la deriva, frágiles como un barquito de papel carente de toda estructura para resistir los embates que, seguramente, terminarán hundiéndonos.

Nos queda la esperanza, pero siempre puesta en alguien más, en la vacuna, en Carlos Slim y su estratégica alianza con el gobierno, apostándole al mejor postor y a el repunte de la economía global.

¿Cuántos meses más nos esperan de resistencia mientras seguimos viendo infectarse y caer a nuestros amigos y familiares? No hay respuesta para ello, sin embargo, la historia nos ha demostrado la enorme capacidad de adaptación de la raza humana y la imponente presencia de quien nunca nos abandona: nuestra madre naturaleza, para sobreponernos y evolucionar haciéndonos más fuertes en cada episodio. Seguramente lo lograremos, venceremos como humanidad, pero no podemos olvidar que, en una batalla, y esta lo es, siempre hay bajas, estamos a punto de alcanzar el millón de muertes en el mundo, cifra a la que llegamos después de casi 6 meses y no olvide, estimado lector, lo exponencial que es el contagio.

En lo individual no nos ha quedado de otra, más que mostrar nuestra fortaleza y hacer uso de las herramientas con las que nos hemos hecho a lo largo de nuestras vidas. La paciencia cada día se agota más y alimentamos la esperanza con el agradecimiento en cada amanecer para seguir adelante, estamos comprendiendo que vivir y sobrevivir a esta pandemia, y en este país, es  cuestión de naturaleza y no de política pública, en donde la intuición se ha colocado en un lugar

preponderante frente a los discursos retorcidos gubernamentales.

No hay plazo, no hay término, hoy aunque se quiera, ni siquiera es posible prometer. Torcuato Luca de Tena, escribió en su novela “Escrito en las olas” una frase que contiene por su fuerza y alcance el sentir actual de todos los habitantes del planeta. “El corazón se acostumbra antes al desenlace de una historia fatal que a la zozobra de la incertidumbre”.

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