*Por: Mtro. José Leopoldo Castro Fernández de Lara

Uno de los grandes «valores» que los mexicanos presumimos es la familia. El concepto de familia es variable y puede incluir a las personas que viven bajo un solo techo o a una red amplia de relaciones consanguíneas o incluso extenderse a las relaciones de compadrazgo. En todo caso para los mexicanos la idea de familia no se limita a las relaciones de primer grado, puede ser por ejemplo que, si mi abuela materna tenía cinco hermanos, los nietos de estos sean automáticamente mis “primos” o que si tengo un buen amigo para presentarlo en público y hacer patente mi relación de cercanía con él lo presente como mi primo o como un pariente.

Cuando alguien forma parte de la familia ya no hay necesidad de ahondar en lo que esto significa; compartir la mesa, ayudarnos en épocas de necesidad, coincidir en eventos sociales de los hijos de los primos “lejanos” que normalmente no suelen distinguir entre los múltiples “tíos” que tienen y no suelen verlos más que en ocasiones festivas como navidades, quince años, bautizos o celebraciones rituales que implican la participación de muchas personas con el respectivo desembolso económico… ¿invitaremos a la tía Margo?, ¿quién es esa?, La mamá de la prima Lucía que vive en Tijuana, ¡ah ya! ¿sigue viva? Pues sí ¿no? ni modo de que sea la única a la que no, además igual ni viene tiene como cinco años que no se nada de ella…

En teoría la familia es una red de apoyo próxima e inmediata que ayuda a caminar en la vida. Hablando de la familia “nuclear” (quienes viven juntos y normalmente tienen parentesco en primer grado) esta red es además el lugar en donde aprendemos cómo es el mundo, qué esperar de él y recibimos las herramientas para desenvolvernos en la vida. También en este lugar recibimos distintos introyectos de qué esperar de la vida y diferentes “lecciones” y experiencias de cómo debemos ser, siendo algunas tan traumáticas que nos lleva años en la etapa adulta aprender a integrarlas o incluso a veces nunca lo logramos.

Estos vínculos entrañan todas las posibilidades de la realidad y pueden ayudarnos a ser “felices” procurando un acompañamiento que respete nuestra individualidad y nos ayude a crecer. También puede ser que se vuelva un obstáculo para el desarrollo y nos inserte en una dinámica de deudas y obligaciones que no nos deje crecer. La diferencia es realmente cuestión de suerte y obedece a la familia a la que uno pertenezca y la capacidad de esta de crear lealtad al grupo.

No elegimos la familia. La familia está ahí y se constituye de diversas personas a las que hay que querer por ser parte del mismo grupo. Conociendo esta situación podemos disfrutar estas relaciones o sufrirlas; profundizar en ellas o alejarnos. En todo caso la familia siempre es la familia y nuestra cultura tiene muchos mensajes que nos animan a formar parte de ella: “la familia es primero”, “los únicos que siempre van a estar son la familia”, “para eso es la familia”… pero y ¿qué tal que esta red pudiera ensancharse y nutrirse de otras personas que conscientemente en el camino de mi vida pueda yo seleccionar de acuerdo al grado de afinidad que sentimos mutuamente y a la alegría de compartir la vida y el crecimiento?

Esto es la amistad. En nuestra época la amistad es difícil pues nos han inculcado el individualismo y la competitividad. Es difícil que entre grupos de pares de jóvenes que estudian juntos una licenciatura sean amigos pues en algún momento se convertirán en competencia el uno del otro… desde pequeños con las comparaciones hacemos distancia entre unos y otros. Creamos situaciones sociales en donde en lugar de colaborar nos enfrentamos por ganar y al ganar uno el otro pierde.

La amistad sin embargo puede ser un espacio de encuentro buscado libremente y con la consciencia de que lo único que lo propicia es la libertad de no tener nada que ganar en esa relación (esto lo decía Platón). Hoy la invitación está en mirar a todas esas personas que me quieren y que siempre están ahí y que no son familia, pero cumplen las funciones que se supone la familia debería ejercer y algo aún más especial: la amistad no es excluyente, no es celosa y no es comparable… no existe un amigo que sea “más amigo” que otro. Existen muchos amigos y amigas y es necesario en una sociedad que quiere volver a construirse después de una pandemia que nos ha demostrado que la soledad en la vida puede ser real que volteemos y miremos que hay gente que siempre nos acompaña y que ese vínculo es real y no compite con la familia: los amigos.

Es momento de abrir la vida a más personas y la amistad es el vínculo más seguro que existe para comenzar a ser mejores. Con cada amigo que tengo toda la sociedad gana.

El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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