El 6 de junio próximo se llevarán a cabo las elecciones, que el México consciente y preocupado por su futuro, espera ansiosamente.
Será el día en que saldremos a votar, otra vez rebosantes de esperanza, otra vez confiando en que la política pública cambie, otra vez, con la esperanza puesta en alguien más.
Somos millones los mexicanos que nos levantamos a trabajar todos los días, que hemos desarrollado habilidades y detonado nuestra creatividad para no sucumbir ante la pandemia que ya nos arrebató trabajo, sueños, planes, amigos y familiares. Quienes nos mantenemos sanos y vivos, hasta el día de hoy, aún no terminamos de comprender cómo es que lo hemos logrado. Cada uno ha desarrollado su propia teoría atribuyendo a la naturaleza, a la fuerza espiritual y mental, a los “detentes” de López, a los extremos encierros o a las defensas creadas por el organismo al exponerse deliberadamente al barullo de las calles llenas de gente que se pasean con todos los modelos de cubrebocas posibles.
Quizá para los sobrevivientes del COVID represente un grado mayor de preocupación lo que sucederá el próximo 6 de junio. Los analistas, columnistas, comerciantes, empresarios, amas de casa, jóvenes estudiantes, ninis, ¡vaya, cualquier mexicano! coincide en que difícilmente MORENA pueda mantener sus posiciones y peor aún, acrecentarlas. Para los amantes del color guinda, el aferrarse a los discursos del presidente, que, por cierto, cada vez tienen menos sentido, y a las promesas, que a dos años de gobierno debieron ya concretarse en acciones contundentes en beneficio del país, continúan justificando desde la ceguera y la terquedad todas y cada una de sus explosivas declaraciones y de sus disparatadas decisiones. Las alertas internacionales y las que emanan de diferentes instituciones educativas, sector financiero y empresarial, no son suficientes para hacerlos cambiar de idea. Lo único cierto es que nos espera una contienda en la que, nuevamente, gane quien gane nadie quedará conforme con el resultado.
Lo alarmante es ver al INE cada día más debilitado por las afrentas del presidente. Las amenazas por desaparecer toda aquella institución que obstaculice el perpetuarse en el poder incluye, por supuesto, al propio Instituto. Nadie duda que lo hará si se logra la mayoría en el Congreso, con el número suficiente para hacer con la Constitución lo que mejor le plazca, reformarla para lograr los objetivos de un partido dista mucho de las razones por las cuales nuestra Carta Magna fue creada.
Seguramente pasa por su mente, estimado lector, las épocas del llamado presidencialismo mexicano, en el que por décadas la política funcionó bajo el engranaje priísta cuando veíamos a los tres poderes moverse al mismo son que orquestaba el presidente y también me preguntará, con justa razón morenista ¿por qué ahora no debiera ser así? La respuesta es muy simple:
El socialismo no sólo está tocando a nuestra puerta, sino que ya se hizo presente al polarizar a nuestra Nación, al sembrar el odio entre clases sociales, al vernos no como mexicanos, sino como rivales, a alimentar el rencor por el que tiene, más no así la compasión por aquel que sus circunstancias han sido diferentes. No se notan políticas de desarrollo que se tomen a la educación en serio, no se percibe el trabajo como un factor de superación personal que nos dignifique como humanos, se ha vendido la idea de la explotación del pobre, de ese pobre que es ignorante y que es ignorante porque es pobre, y no lo es por culpa de los empresarios, lo es y lo ha sido porque son y seguirán siendo el capital político de un país que ambiciona poder y no bienestar social.
Todo esto es histórico, es cierto, pero en dos años guiados por las ideologías de Morena y según un estudio de BBVA Research, se pronostica con la caída del PIB, 18 millones más de mexicanos en pobreza extrema. Sólo hay dos caminos estimado lector, o viramos juntos el próximo 6 de junio el rumbo del barco o seguimos viendo como nos conformamos hasta formar parte de esas filas dantescas de pobreza al que le había llevado siglos combatir a México.