Una pareja de muchachos caminaba por la calle buscando una dirección; miraban la pantalla del celular, que les indicaba, a través del GPS (Sistema de Posicionamiento Global), dónde estaba la ubicación de la casa a la que iban.
La escena me remitió a una película de ciencia ficción donde las personas habían perdido el sentido de la orientación cediéndoselo a un aparato buscador con una aplicación de geolocalización.
Supongo que hoy los adolescentes no saben que las calles tienen nombre y que las casas se numeran: sobre una acera van los pares y sobre la de enfrente, los nones.
Asimismo, ciudades como Puebla o Cholula, se hallan divididas en cuadrantes partidos por las calles centrales que cruzan perpendicularmente sus respectivos zócalos.
Para poner un ejemplo, el de Puebla se encuentra en la calle Reforma (que luego se convierte en Juan de Palafox y Mendoza); hacia el norte de esa avenida se hallan las calles pares (poniente-oriente) (2,4,6,8,10…) y al sur, las nones (3,5,7,9,11…).
La otra calle que atraviesa el zócalo es la 16 de septiembre, que luego se convierte en 5 de mayo; hacia el oriente de esta se encuentran las calles pares (norte-sur) (2,4,6,8,10…), mientras que al poniente se hallan las nones (3,5,7,9,11…).
De manera que, si el sentido de la orientación no ha sido dañado o suprimido por el uso del GPS, se puede ubicar fácilmente una casa que esté en la 51 poniente 715, pues sabremos que está, más o menos a la altura del Circuito Juan Pablo II, sobre la 51 poniente, es decir, al sur de la ciudad y entre las calles 7 y 9 sur. Ya estando ahí, encontrar el número es cosa de niños: pares de un lado y nones del otro.
Es cierto que el trazo de estas ciudades puede parecer complejo para ciertas personas con desorientación espacial, sobre todo para algunas mujeres o gente con problemas de lateralidad –problemas con la capacidad de percepción espacio-temporal–, cuyo sentido de orientación no les es favorable y a quienes, efectivamente, el GPS vino a resolverles el conflicto que siempre habían tenido para algo que parece tan simple como encontrar una dirección.
Sin embargo, el otro grupo, aquél que sí cuenta con las aptitudes para desarrollar la orientación, está condenado a sucumbir ante la tentación de facilitarse la vida oprimiendo el botón de ubicación.
¿Qué efecto produce en el ser humano la reducción de las actividades cerebrales? ¿Cómo se encogen paulatinamente las capacidades que otrora nos hacían analíticos?
Habrá para quienes las aplicaciones son algo fabuloso que vino a facilitar la vida, desde hacer el súper en ropa íntima –o sin ella –, desde la comodidad de un WC.
Hoy, muchos estudiosos se han dedicado a medir el daño que el uso del GPS causa en la memoria y el sentido de la orientación; estos expertos aseguran que el trabajo de ubicación geo-espacial ejercitado por el ser humano a través de milenios, está siendo remplazado por esta herramienta moderna que poco a poco apaga zonas específicas del cerebro, las cuales están diseñadas para encenderse al momento de proponer al individuo diferentes rutas para llegar a un destino determinado; al no tener esa necesidad de buscar, el cerebro no realiza un esfuerzo por encender la zona dedicada a ese trabajo.
Pero todo esto dejará de importar –o ya lo está haciendo–, cuando los soñadores de la Matrix consigan convertirnos en avatares que harán las compras, la diversión y los amoríos, por nosotros, desde la comodidad de nuestros sillones en casa.
La ventaja para quienes no entremos al juego será que podremos disfrutar un mundo físico medio vacío, pues la mayoría de la gente estará interactuando dentro de sus propios chips.
F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías
@ALEELIASG