A las cosas por su nombre

Alejandro Elías

La mujer me mira de reojo.

Es muy claro que no pide limosna, pues su atuendo la delata; es una señora de unos sesenta y pico de años; deduzco que seguramente es una abuela que busca sobrevivir a esta crisis en la que tanta gente se encuentra y en la que hay que hacer de todo –lo honesto posible –para no sucumbir.

Sentada sobre el escalón, a la entrada de un negocio sobre la avenida Hidalgo –frente al zócalo de San Pedro Cholula–, ha tendido a un lado sus tejidos: carpetas, chambritas y gorros.

No ofrece su mercancía, sólo espera, como quien no se dedica a vender, sino que supone que alguien se interesará por sus prendas y entonces venderá para contar con algo de efectivo este día.

Las manos se han encargado, con un poco de inversión en los estambres, de crear algo que puede ser útil o atractivo para la casa y eso, por añadidura, traerá unos pesos para el sustento del día.

¿Cómo hemos sobrellevado la situación en la que la mayoría nos vemos inmersos? Cuánto nos hemos reinventado para sobrevivir a una crisis en la que millones perdieron su trabajo, otros tantos vieron reducido su salario y muchos más quedaron suspendidos en la pregunta: ¿qué hacer ahora?

Los chats comunitarios están llenos de publicaciones de ventas de artículos personales: anillo de diamantes; bolso o chamarra de marca; tenis con poco uso; bancos altos para desayunador; mesa de centro de madera con cubierta de cristal. Muchos hogares se convirtieron en bazares virtuales para buscar paliar el vendaval financiero que golpeó a miles de familias.

Más gente en las calles pidiendo ayuda; más delincuentes haciendo uso de la fuerza para arrebatar lo ajeno.

Dentro de la necesidad, también se percibe un deseo imperativo de ocultarse; es como un requisito no aparecer como desamparado, so pena de exponerse al escarnio: “qué van a decir los vecinos”. Y lo peor del caso es que sí, lo dirán y de qué forma.

Por ello las publicaciones de ventas de cosas usadas van disfrazadas: “Por viaje”, “Por cambio de equipo”, “Por que ya no lo uso”.

Y es que entre nosotros solemos señalarnos; es cierto que a los mexicanos no nos gusta la gente exitosa y mucho menos si son nuestros vecinos, así que, ser del lado contrario, imagínese usted lo que provoca: segregación, señalamiento, chisme inmediato.

Solemos solidarizarnos con nuestros compatriotas en ciertas tragedias –terremotos, ciclones, explosiones–, pero también sabemos calificar y muy bien, cuando el otro no es capaz de alcanzar nuestros estándares de vida, sólo que, si llegase a rebasarlos, entonces tampoco nos parece.

¿Qué queremos entonces?

Esta situación de pandemia vino a conflictuar la situación económica de más de la mitad del país, y a la otra mitad nos cuesta trabajo ser empáticos con aquellos que sufren por alimentarse; ya no se diga por conservar el nivel de vida que venían manteniendo, simplemente por asegurar al día los gastos más elementales.

Cierto que quienes tenemos la fortuna de seguir contando con ingresos, nos apretamos el cinturón y lo poco que llega hay que administrarlo porque mañana no sabemos, pero para quienes perdieron todo flujo de efectivo, no debe ser nada fácil enfrentar estos casi dos años de una situación que no parece mejorar.

Muchas de las cosas que comprábamos a principios de 2019, hoy cuestan hasta un 300 por ciento más.

Pareciera que mientras estábamos entretenidos buscando cómo sortear la enfermedad del siglo, los comercios, empresas y en general la economía del país, aprovecharon para mandar todo a las nubes.

Hoy nos toca sobrevivir, más que al virus, a una situación económica que no se ve para cuando mejorará.

F/La Máquina de Escribir por Alejandro Elías

@ALEELIASG

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