La trata de personas es un delito invisible, de alta impunidad en investigación, enjuiciamiento y sanción a los responsables por parte de las autoridades gubernamentales en el país y el estado de Puebla no está exento.
Para Karla, dichos factores no fueron la excepción, ya que el tratante que la golpeó en repetidas ocasiones y explotó sexualmente bajo la amenaza de causarle daño a su hijo, quedó en libertad debido a que un juez argumentó falta de pruebas.
La joven con entonces 18 años de edad, originaria de Puebla, estudiaba el primer semestre de la licenciatura en Derecho en el estado de Tlaxcala cuando conoció en una fiesta a quien más adelante sería su “novio”.
Ese fue el inicio de una vivencia dolorosa la cual ha superado, afirma, y busca que no se repita en otras mujeres y hombres, pues actualmente uno de sus objetivos es ser agente del Ministerio Público en la Fiscalía General del Estado (FGE) en su natal estado.
“A la fiesta acudí con mi familia y esta persona, que me doblaba la edad, me empezó a conquistar, me pidió mi número y yo se lo di porque no vi nada de malo”, refirió Karla -a quien se le cambió el nombre por cuestiones de seguridad- en entrevista con Síntesis.
Durante tres meses de amistad, los mensajes y llamadas mostrando “interés” por saber dónde estaba y a dónde iba, no eran motivo de alerta “porque consideraba que se preocupaba por mí, decía él tiene interés en mí, decía es que no lo veo como las personas de mi edad, que son puro desastre, se comporta diferente”.
En ese tiempo, detalla Karla, Ricardo “era muy comprensivo, muy atento (…). Ya me había cegado de que se preocupaba por mí”, y le pidió que fueran novios.
Tras aceptar, pasaron tres meses más y en diciembre de 2013 le propuso que se fueran a vivir juntos, incluso le ofreció que más adelante podría llevarse a su hijo –de entonces ocho meses de edad- a quien no le faltaría nada y que la apoyaría con sus estudios.
Se fueron a la Ciudad de México y empezaron a vivir en un hotel, ya que él le argumentó que no podía pagar una renta, pero 15 días después la llevó a unos departamentos, de los que Karla se enteró posteriormente que eran suyos.
Fue en temporada de carnaval en San Miguel Tenancingo, en el estado de Tlaxcala, cuando Ricardo llevó a Karla a su casa para que viera a sus papás y su hijo, pero con algunas condiciones: no le tenía que comentar a ellos dónde estaban viviendo y tenía que contestar el teléfono que le había dado o de lo contrario ya no la llevaría.
“Al otro día mi papá descansaba y a mí se me hizo fácil no avisarle que me iba con mis papás y nos fuimos a un parque recreativo, vi a mi hijo, estuve con él y él (Ricardo) me marca como al mediodía, qué dónde estaba, pero ya muy enojado, porque había ido a la casa de mis papás y no estaba yo. Cuando llegues me marcas, juntas tus cosas y nos vamos a regresar a la Ciudad de México”.
Debido a que él no entraba a su casa, una vez que tocara el claxon del auto ella tenía que salir de inmediato y ese día así lo hizo, se subió en la parte trasera porque un compadre de Ricardo se fue con ellos y una vez que lo dejaron en un cuarto donde vivía, le dijo que se pasara adelante. Esa fue la primera vez que la golpeó.
Un puñetazo en la cara, mientras circulaban por la carretera, fue el inicio de una serie de agresiones una vez que llegaron al departamento. «El entró muy enojado, cerró la puerta, prendió la tele y le subió el volumen, yo estaba agachada acomodando las cosas, y me empieza a patear las costillas, pegar de puñetazos en la cara; esa noche me obligó a tener relaciones con él”.
“Al otro día me levanté, me metí a bañar y él recostado en la cama me miró y me dijo que si yo quería que así me tratara. Como a la hora, se empezó a disculpar, que era por mi culpa y yo decía sí es mi culpa. Él ya me había culpabilizado de todo, sí es mi culpa por no haberle avisado que me iba yo con mis papás”.
Fue a partir de ese momento que Karla se sintió más controlada, porque cada vez que sus padres le marcaban al celular que él le había dado, tenía que poner el altavoz y no les tenía que decir dónde se encontraba.
La violencia empezó a crecer y 20 días después le dijo que hiciera una maleta porque se iban a vivir a otro lugar y, aunque ella preguntó a dónde, no le respondió y la amenazó con causarle daño a su hijo sino hacía lo que decía. “Yo por miedo acepto y por los letreros en la carretera nos dirigíamos al puerto de Acapulco”.
Entre las 22:00 y 23:00 horas llegaron al zócalo de Acapulco, Guerrero, donde los estaban esperando dos compadres de Ricardo, quienes los llevaron a un departamento pequeño cerca de ahí.
La mañana siguiente, Karla tuvo que prepararse para ir a trabajar con la esposa de uno de los compadres y aunque preguntó en qué consistía el empleo, la respuesta fue: “ella te va a explicar todo”.
Al encontrase con la mujer, la pregunta fue concreta: ¿sabes a lo que vienes?, Karla respondió que no. En contestación ella le dijo tajante: “tú vas a trabajar de puta porque les tenemos que entregar dinero a ellos”.
Mientras Karla lloraba, la mujer le decía que tenía que comprar una caja de condones, que le pedirían permiso a la señora del hotel para que “trabajara” afuera y varias cosas que tenía que hacer para entregar cuentas.
Todos los días, de las nueve de la mañana a la medianoche, eran en promedio de 10 a 15 “servicios” por los que tenía que cobrar 250.00 pesos, de los cuales 50.00 pesos eran del hotel y 200.00 pesos se los quedaba ella para entregar de 2 mil a 2 mil 500 pesos a Ricardo.
“Si quería desayunar o comer, tenía primero que tener algún servicio para poder hacerlo, a parte del dinero que le daba a él, yo tenía que pagar una cuota en Acapulco a una señora que pasaba todos los días, que eran 400.00 pesos, para que nos cuidara y no nos pasara nada”.
Karla afirma que era muy estresante porque sino juntaba el dinero sabía que Ricardo le pegaría y no tendría protección ni comida, así ocurrió durante tres meses hasta que supo que su familia, con la que no había tenido contacto, la estaba buscando.
Debido a que había dejado de tener comunicación con sus papás, ellos decidieron presentar una denuncia en la Fiscalía General del Estado (FGE) de Puebla por desaparición de persona. Uno de los familiares de Ricardo se comunicó con él para decirle que la estaban buscando.
Así que el tratante le dijo que les hablara y les dijera que no hicieran desastres porque ella estaba bien. Sin embargo, sus padres le informaron que el papá de su hijo quería pelear la custodia y tenía que viajar a Puebla para arreglar ese problema.
Karla le pidió a Ricardo que la trajera, pero él no quiso porque tenía miedo a que les contara todo y no pudieran regresar para que la siguiera explotando sexualmente, así que a partir de ese momento dos mujeres la cuidaban, una de 24 años de edad y otra de 32.
“Yo ya estaba harta porque a diario me daba de puñetazos en las costillas y yo pensaba no me pueden quitar a mi hijo”.
La vigilancia era permanente porque un día empezó a platicar con una joven que bordaba frente al hotel para preguntarle en dónde estaba la terminal de autobuses, porque quería escapar y regresar a Puebla.
Pero un mensaje de Ricardo diciéndole “te estoy viendo que estás platicando y no estás trabajando” hizo que su respuesta fuera “sabes qué, ya no voy a regresar contigo y hazle como quieras, mis cosas si las quieres tirar, tíralas”.
En cuestión de minutos él estaba ahí, la jaló y subió a un taxi para dirigirse a su auto y después al departamento. “Yo sabía que ese día me iba a golpear y me resistí a bajarme del carro”. Aunque pidió ayuda a los vecinos éstos no la auxiliaron porque le dijeron que no se querían meter en problemas.
Al llegar al departamento la empezó a golpear y patear en todo el cuerpo, le exigió que se desvistiera y se metiera a bañar, donde continúo golpeándola hasta que se cansó, detalla Karla.
Ricardo se recostó en la cama y ese momento fue la clave para que Karla saliera del baño, tomara una toalla y corriera descalza por las escaleras, cruzara el zócalo hasta llegar con la Policía Federal para pedir ayuda.
La trasladaron a Delitos Sexuales de Acapulco y se comunicaron con sus papás para decirles que la habían encontrado y tenían que acudir allá. Esa noche, Karla se quedó recostada en unas sillas y una comandante le prestó una playera.
Concluidas las diligencias en el puerto, viajaron a Puebla a presentar su denuncia en Delitos Sexuales, donde llegó personal de la Asociación Nacional Contra la Trata Humana en la Sociedad (Anthus) que habló con sus papás y con ella para brindarle apoyo.
“Yo estaba como ida, no quería saber nada y se me hizo fácil decir que sí (a Anthus), y en el trayecto me imaginaba algo muy feo y mi sorpresa fue encontrar todo bien”, explica Karla, quien inició un proceso en el refugio el cual duró once meses para ser la primera en concluirlo.
“Yo decía sino cambio y con lo que viví, qué vida le voy a ofrecer a mi hijo, no quiero que en él recaiga el dolor que traigo”, refirió Karla, quien en ese tiempo, al igual que su familia, recibió apoyo integral por parte de Anthus.
Actualmente, ella ha concluido su licenciatura en Derecho y su objetivo es ser agente del Ministerio Público. “Quiero poner mi granito para que víctimas que sufran trata de personas se les haga justicia”.
Y es que al año, personal de la entonces Procuraduría General de la República (PGR) detuvo a Ricardo en el Estado de México, lo trasladaron a Acapulco y un juez lo dejó en libertad por falta de pruebas y aunque Karla ha pedido la sentencia para conocer en qué se basó el juez para decir que no había delito que perseguir, hasta la fecha no se la han mostrado.
Pese a ello, la joven avanza en su vida, superándose en lo profesional y en lo personal con su propia familia y afirma que su testimonio pueda ayudar a otras chicas para que detecten si están pasando por algún delito.
*Este reportaje fue elaborado con el apoyo de la Fundación Thomson Reuters
Este material forma parte de un trabajo especial sobre la trata de personas, cuyas partes pueden ser consultadas aquí: