La lógica en política obedece a leyes del todo diferentes a las del resto del mundo. Adaptarse a ello puede ser difícil. ¿Cómo entender el mensaje de un precandidato que 30 segundos después de hacer aseveraciones de carácter general, ponderando sus méritos y aludiendo a los de la competencia, nos advierte que ese mensaje era sólo para los miembros de su partido? ¿Nos borramos el mensaje de la cabeza o pedimos que antes del citado anuncio pongan un aviso de que no debemos de oírlo si no somos militantes de tal o cual fuerza política?

Más aún, ¿cómo podemos conciliar el hecho de que, estando en precampañas, cada fuerza política tenga un solo precandidato? En esta reñida competencia interna, ¿contra quién pelea Meade, López Obrador, Anaya? Porque en sus anuncios se aluden claramente unos a otros, nunca a los inexistentes rivales que tienen que vencer en esta contienda preliminar. Sí, ya sabemos que en realidad es la campaña disfrazada de precampaña, los candidatos disfrazados de precandidatos y el consecuente etcétera, pero cuesta trabajo saber por qué existe un Instituto Nacional Electoral que en vez de asumir su función de referí de la pelea se convierte en espectador. ¿También es un pre-instituto electoral?

Mención aparte merece el senador expanista, hoy independiente, Javier Lozano, quien renunció a 13 años de militancia blanquiazul por estar en desacuerdo con el “joven tirano” Ricardo Anaya, a quien acusa de haber abusado de los recursos del partido para promover su imagen y haber sido la causa de la salida de “la mejor posicionada entre la militancia rumbo a la Presidencia de la República, Margarita Zavala”.

Lo que sigue es de antología: “actúo en absoluta congruencia con lo que soy y con lo que creo, pues no quiero dejar en manos de improvisados, ni demagogos, populistas e irresponsables, tramposos, corruptos, traidores e inexpertos, la administración pública”.

Hasta aquí, todo bien. ¿Y qué hace entonces, siguiendo dicha congruencia? Regresa al PRI. Ahí seguramente no encontrará ni improvisados, ni demagogos, ni irresponsables y mucho menos corruptos.

¿Por qué no apoyó a que “la mejor posicionada” para que lograra la tan ansiada candidatura? No sabemos, pero no habían pasado 24 horas de su salida del PAN cuando se integraba al equipo de precampaña de José Antonio Meade como vicecoordinador de Mensaje y uno de los voceros oficiales.

Tiene razón pues, en oponerse a “una verdadera farsa, una simulación” de parte de Anaya. Pasarse al PRI fue solo un acto de trapecismo oportuno: justo cuando saltaba de un trapecio apareció la mano generosa que lo llevó hasta el otro. Afortunadas coincidencias.

Esto no es absurdo, incongruente o contradictorio: es como decimos, una lógica diferente. Poco a poco nos iremos acostumbrando a ésta.

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