La distancia entre las promesas y los hechos es elástica, si de política se trata. Tal vez sea injusto referirse a la política como si fuera la única actividad humana donde las palabras se estiran todo lo necesario para hacer caber la realidad. Pero digamos que se convierten en el mejor ejemplo.

Un ejemplo magistral nos lo da la novela “La rebelión en la granja” de George Orwell. Como se recordará, los animales de la granja de Señorial se rebelan ante el descuido que señor Jones les inflige, debido a su afición al alcohol. Esto dará origen a un enfrentamiento arquetípico: el bienintencionado puerquito Bola de Nieve, que intenta imponer la justicia y la equidad en la granja, y el arribista cerdo Napoleón, que tuerce las iniciativas de Bola de Nieve.

De las siete leyes que reforman las relaciones en la granja, se destacan tres: “4. Ningún animal dormirá en una cama; 5. Ningún animal beberá alcohol; 6. Ningún animal matará a otro animal.” La contrarrevolución de Napoleón derrota a Bola de Nieve y hace ligeras reformas a estas leyes: “4. Ningún animal dormirá en una cama con sábanas. 5. Ningún animal beberá alcohol en exceso. 6. Ningún animal matará a otro animal sin motivo. Con esos sutiles cambios, las pretendidas mejoras procedentes de la revolución animal quedan sin efecto.

Algo parecido está ocurriendo con las iniciativas de Andrés Manuel López Obrador. Dijo no al Nuevo Aeropuerto Internacional de la Ciudad de México y ahora que la pista alterna de Santa Lucía resulta inviable, se retracta y deja la decisión a una “consulta ciudadana”. Afirmó que sacaría al ejército de las calles para relevarlo de sus funciones policiales; ahora dice que lo hará, pero “no por el momento”, sino prácticamente al término del sexenio.

Lo ocurrido con la “cesión” de diputados del Partido Verde a Morena para garantizarle la mayoría absoluta y tener la presidencia de la Junta de Coordinación Política por los tres años de la LXIV Legislatura, aunque el reglamento de la Cámara establece que ningún partido puede presidir los dos órganos de decisión, es decir, la Junta y Mesa Directiva.

Lo anterior, a cambio de otorgarle licencia al gobernador de Chiapas, Manuel Velasco Coello, para dejar su lugar en el Senado y volver a su estado para concluir su mandato. Un quid pro quo muy conveniente, pero que a la vista de la opinión pública es una maniobra simplemente grotesca.

Con un poco de oratoria, en cambio, puede convertirse en algo muy fácil de explicar. Para Ricardo Monreal, coordinador de Morena en el Senado, no hubo ninguna negociación pues no tuvo ninguna comunicación con nadie en la Cámara de Diputados. Dos poderes totalmente soberanos que no saben nada el uno del otro. Para Francisco Elizondo, uno de los diputados “catafixiados”, Morena “necesitaba cinco legisladores para presidir la Junta de Coordinación Política tres años, en el Verde necesitamos el apoyo de Morena para sacar adelante parte de nuestra agenda legislativa, entre ellos la atención a niños con cáncer”. Una causa tan noble merece el sacrificio de enlodarse un poco.

Lo que resulta menos comprensible es la respuesta del presidente electo: nada. Sólo llamar “coranzoncitos” a las reporteras que lo interrogaron y una sutil amenaza: “cuidado”. Algunos esperaban una disculpa. Pero eso era mucho pedir.

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