Con la pandemia encima el sur latinoamericano se apresta a vivir un intenso fin de año marcado por dos importantes elecciones: la presidencial en Bolivia el próximo 18 de octubre y en Venezuela la legislativa del 6 de diciembre, ambas con ecos regionales aunque los venezolanos de mayor intensidad.

Esos comicios serán una nueva prueba para la Revolución Bolivariana que inició el fallecido Hugo Chávez, quien tomó posesión de la presidencia del país andino el 2 de febrero de 1999, desatando un proceso que generó lo mismo esperanzas que temores, y que ha continuado Nicolás Maduro tras la muerte el 5 de marzo de 2013 del primero.

Así, prácticamente todo lo que va de este siglo Venezuela ha vivido en un intenso proceso que es difícil de evaluar. La jornada prevista para el 6 de diciembre venidero permitirá hablar de las bondades o maldades del proceso bolivariano. Lo cierto es que las pasiones no se tranquilizarán, aunque ahora estén relativamente encubiertas por la crisis sanitaria.

La anterior Asamblea Legislativa, la que debe de entregar su mandato, logró mayoría opositora, todo un contrapeso al poder de Maduro. Probablemente de ahí nació la idea de elegir una Asamblea Constituyente para formular una nueva Constitución pero que en los hechos asumió las funciones de la Legislativa, opacándola.

Del cuerpo colegiado de mayoría opositora surgió a principios de 2019 un presidente encargado, Juan Guaidó, con el encargo de convocar a elecciones en un plazo perentorio, el cual se excedió con creces sin que dicha convocatoria se concretara, pese a lo cual fue reconocido por Estados Unidos, la Unión Europea y varias naciones latinoamericanas.

Más de 18 meses después del movimiento de Guaidó, su gestión, si es que resulta posible darle tal nombre, quedó a deber, pese a lo cual lanzó esta semana un Pacto Unitario por la Libertad y Elecciones Libres, el cual pretende continuar la propuesta de un Consejo de Estado, el cual asumiría el ejecutivo y convocaría a elecciones legislativas y presidenciales, lo cual tampoco ha sucedido.

¿A que atribuir la estéril gestión de Guaidó? Sin lugar a dudas, son dos las respuestas, ninguna de los cuales tiene más importancia que la otra.

De una parte se encuentra que Maduro, su gobierno y las organizaciones que lo apoyan no son pasivas, por el contrario, son muy activas y gozan de respaldo social, el cual es difícil de evaluar mediante las típicas encuestas, pero existe y ha mantenido el proceso bolivariano e impedido el ascenso opositor.

Y por la otra, la división de los grupos políticos opositores a Maduro, división que de nueva cuenta se muestra para próximas elecciones. Guaidó se opone a participar en los comicios, pero enfrente se ha encontrado con Henrique Capriles, en algún momento cabeza de la oposición, que se entregó a la policía madurista y luego ha cumplido prisión domiciliaria.

Pero su posición no es clara pero ciertamente no respalda al cien la opción de ir a votar. Empero la confusión por su visión de que si hay “una rendijita” hay que aprovecharla, y esa rendijita que dibuja son los comicios.

Partiendo de que el régimen madurista no va a cambiar, lo que resta es que la oposición venezolana supere su ancestral divisionismo interno, lo cual una vez más parece que habrá de quedar en el terreno de los deseos. Una situación que llama a otras oposiciones latinoamericanas.

De salida: La pausa en las pruebas de la vacuna contra la covid que desarrollan el laboratorio Aztra Seneca y la Universidad de Oxford parece ser prudente. No es una buena noticia para el mundo que le está apostando todo a la inmunización, pero es mejor ser prudente. Un mensaje para similares esfuerzos de Rusia y anuncios triunfalistas en Washington.

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