Jorge Esqueda

Con la batalla contra la Covid-19 en una fase donde las vacunas dan mucho de qué hablar, pero la inmunización apenas empieza con lentitud, lo que sucede en otros asuntos del mundo atrae poca atención. Un ejemplo es la retoma total de poder por los militares en Myanmar, la ex colonia británica conocida como Birmania.

Con esa retoma del poder, en estricto sentido un golpe de Estado, empezó febrero, el primero de los 12 meses en que los militares del país del sudeste asiático dijeron que mantendrán de nueva cuenta el poder que, en rigor, nunca han dejado desde que se logró la independencia del imperio británico en 1947.

Es posible que ese golpe militar hubiera tenido menos peso en la prensa de no ser por dos situaciones. Una, el encarcelamiento domiciliario de Aung San Suu Kyi, quien el próximo 19 de junio cumplirá 76 años de edad, de los cuales casi 20 vivió encarcelada en su domicilio por los mismos militares que ahora la han regresado a esa prisión pese a ser la jefa del principal órgano de gobierno, el Consejo de Estado, así como Premio Nobel de la Paz por sus esfuerzos por democratizar a su país.

La segunda situación es la difícil situación del grupo étnico Rohingya, cuyos miembros han sido obligados a emigrar a la vecina Bangladesh. Los roghinya son de credo musulmán, lo que no es lo mejor en un país donde la mayoría es budista.

La historia colonial hace difusas las fronteras y permite a los militares señalar que los miembros de ese grupo no son connacionales y por tal razón los expulsan, un éxodo que inició en 2017 y comprende a unas 27 mil personas, aunque si se cuenta desde un año antes, la cifra se eleva a 66 mil.

Que un grupo humano no sea reconocido como originario del país donde nació y se le expulse por la fuerza ha atraído la atención mundial, situación que ha tenido a Myanmar en la prensa.

Empero, se necesita recordar que este país está formado por un acuerdo entre los principales grupos de un total de más de 130 pueblos originarios, una situación que no extraña en las naciones formadas de antiguas colonias occidentales.

El nuevo capítulo se da cuando el camino del país hacia un sistema democrático parecía claro pese a la tutela del ejército, que más allá de los usos electorales, tiene por decreto una cuarta parte del poder legislativo y del gabinete de gobierno.

Esa tutela militar no ha sido para conducir la entrega del control político total a los civiles, y ahora se los ha arrebatado de nuevo ¿por qué?

El hecho específico es que el antecedente del actual ejército de Myanmar tuvo un papel central en que Birmania lograra su independencia de la corona británica, y dirigió los primeros pasos políticos del país. Ese camino fue andado también por Aung San, hacedor del nuevo país, de su ejército y padre de la Premio Nobel Suu Kyi.

Siguiendo el análisis de Manuel Ollé, experto en estudios chino de la Universidad Pompeo Fabra en Barcelona, el control de riquezas minerales así como de campos de opio y áreas donde se fabrican heroína y metanfetaminas, está en la base de que el ejército haya decidido dar reversa a la compartición del poder con la civil Suu Kyi, que al pretender incorporar a los grupos originarios a la toma de decisiones, afectaba los negocios militares

La existencia de varios grupos originarios en Myanmar no es un mero dato. Varios de ellos exigen reivindicaciones y de hecho un grupo armado pretende la liberación, posiblemente la secesión, como los rohingya, lo que disparó su expulsión a partir de 2017.

Suu Kyi, siguiendo los pasos de su padre de formar un solo país para los grupos originarios, parece haber sido validada en ese proyecto por el grueso de la población, que apenas en noviembre pasado le otorgó poco más del 80 por ciento de los escaños legislativos electos.
En contrate, el ejército señaló que se trató de un gran fraude y por ello, argumentó, se hizo de nuevo del poder político por completo.

Y, hay que considerarlo muy bien, la situación en Myanmar es el primer conflicto internacional de la presidencia del mandatario estadunidense Joe Biden, pero también su primera divergencia con el gran rival China, pues mientras había consenso internacional en que se trataba de un golpe de Estado, Beijing lo calificó de “reorganización del gabinete”. Una situación poliédrica que no habrá que descuidar, pues se da en el marco de la estancia de México en el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, el cual presidirá hacia fines de este 2021.
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