Liliana Lira Laguna*

En las noticias, en los reportajes, en las pláticas con los amigos, en las publicidades de las empresas vemos mensajes de la adaptación de la sociedad a la nueva normalidad, nos quejamos y nos sentimos fastidiados en tener que haber dado un cambio radical a la vida habitual. Es una molestia para nosotros el que se haya cancelado el viaje tan anhelado que teníamos planeado, la fiesta de quince años de los hijos, la graduación, la boda, la simple reunión con la familia para Navidad, porque sentimos que esta nueva normalidad nos arruinó la “felicidad” que teníamos planeada.

De igual manera, se lee por todos lados frases como “el mundo se paró”, “el mundo tuvo un suspiro porque necesita respirar”, en algún momento vimos las playas cristalinas, aves por los lugares en donde no había. Pero, para quienes están inmersos en las consecuencias de haber sufrido un hecho victimizante el mundo no paró, ya sea desde aquel a quien le dañaron su vehículo en un hecho de tránsito, aquel que le robaron su casa, que son delitos por considerarlos menores, o bien, a los delitos llamados por la doctrina de “alto impacto”, porque ni el en corazón, ni en el alma de aquella persona que su hijo está desaparecido, para los papás que esperan un juicio para los asesinos de su hija, la esposa que esta violentada en su domicilio, la persona que espera la ejecución de orden de aprehensión por el homicidio de su hermana, no existen los días inhábiles, ya que la desesperación y la angustia ante las “mieles” de impunidad no para.

Tal vez aquella persona que le robaron en su domicilio, dejará de acudir ante las autoridades para esclarecer los hechos, pero en los demás casos, no será fácil resignarse a ello, al contrario, para ellos es doble el sentimiento de impotencia que lejos del actuar de las autoridades, ahora se verá obstaculizada por esta terrible pandemia que nos afectó a la sociedad entera. Para las víctimas, ese mundo que pidió un respiro ya había cambiado, en el momento mismo en que le dijeron que su esposo había muerto, en ese minuto exacto en el que volteó al reloj a ver la hora y se dio cuenta que su hijo no había regresado a la casa, en el momento en el que el violador abusada sexualmente de ella, ahí empezó su nueva normalidad. Un tanto por ciento de la población tal vez ya habíamos vivido nuestra nueva normalidad, a lo mejor se tuvo que mudar de la ciudad que vivía, visitar otras personas, vivir sin la persona que mataron, hacer otra rutina, cambio de trabajo, vivir sin eso que le robaron y en los casos específicos ahora su objetivo de vida será buscar a su hijo por todos los rincones del país o del mundo, la nueva normalidad fue para ellos, el adaptarse a vivir con ese dolor, porque para estas personas sus heridas no se curan con ponerse un cubrebocas, gel antibacterial y lavarse las manos, no hay cubrecorazones que protejan el dolor, la desesperación y angustia que es vivir el día a día proclamando justicia y el esclarecimiento de los hechos.

Debemos de exigir y alzar la voz, para que a las autoridades encargadas de la política pública, entendiéndose esta como el conjunto de estrategias de un gobierno para cumplir sus objetivos, en su vertiente de política criminal, contemplen no solo a la persona que comete el delito, sino también a las víctimas, que las escuchen, que las vean, que no sean invisibles ante su dolor, porque es tan importante trascender el tema para la sociedad, que la victimología ya es reconocida por los estándares internacional como ciencia.

Hago un llamado a todos aquellos servidores públicos a ser empáticos con las personas que acuden ante ellos, instituciones protectoras de derechos humanos, jueces conciliadores, policías y un llamado más enérgico a los que laboran en el día a día en la procuración y administración de justicia, esas áreas tan sensibles en las que la sociedad acude lacerada, lastimada, detorrotada y defraudada por un sistema que le ha fallado, están obligadas a comprender que las personas que se paran frente a ellos no lo hacen por “pasar el rato” o “por diversión”, cada persona que acude ante las instancias es porque necesita ayuda y más aún si ha sufrido un hecho victimizante, y solo grita y proclama justicia.

*Coordinadora de Atención a Víctimas CDHEH