René Anaya
Ahora que al parecer está próximo el momento de reanudar las actividades cotidianas con restricciones obligadas para controlar la pandemia de Covid-19, no será sencillo adaptarse a la nueva normalidad.
Algunas personas podrán sufrir el síndrome de la cabaña o de la caverna, que experimentan quienes tienen temor de salir de sus casas; otras que sufrieron de ansiedad durante el confinamiento quizá saldrán e incurrirán en excesos. Pero quienes más problemas tendrán o se les agudizará serán aquellas personas que ante la pérdida de una familiar o amigo no han podido comenzar la recuperación y sufren un duelo prolongado.
El duelo que no termina
En condiciones normales o, mejor dicho, antes de la pandemia, el fallecimiento de alguien era una situación muy difícil de aceptar para algunas personas, peor que el duelo normal, además no cesaba y duraba demasiado tiempo.
Se estima, según criterio de la International Classification of Diseases (Clasificación Internacional de Enfermedades), que el dolor profundo por la pérdida de un ser querido no va más allá de los seis meses, por lo que si el sufrimiento no cesa después de ese tiempo, se trata seguramente de un duelo prolongado, en el que el dolor por la pérdida y la angustia son insoportables.
El sufrimiento emocional puede impedir la realización de las labores diarias, lo que puede complicar las relaciones de trabajo y las sociales, pues se puede perder el empleo y sentir un enfriamiento de las amistades y familiares. Aunado a esto se encuentra el riesgo de suicidio o de abuso de alcohol y drogas, que causan un daño mayor.
Ese estrés que se vuelve crónico también tiene un efecto directo en la salud, pues se conoce que quienes sufren este dolor emocional experimentan grados elevados de inflamación, que provoca haya una sobreproducción de citosina interleucina-6, la cual es una proteína del sistema inmune que puede causar enfermedades cardiovasculares, osteoporosis y padecimientos autoinmunes, como artritis, esclerosis múltiple y osteoporosis, cuando se encuentra en exceso.
La psicóloga clínica Mary-Frances O’Connor, de la Universidad de Arizona, especializada en el duelo y sus impactos fisiológicos, considera que la angustia psicológica y social causada por el duelo prolongado conduce a un desgaste en el organismo, el cual lleva a un estrés biológico que predispone a contraer enfermedades y, en general, a un deterioro de la salud.
La pérdida sin adiós
La pandemia de Covid-19 ha causado el aumento de personas que sufren un duelo prolongado por varias razones, tal vez la principal es la imposibilidad de despedirse del familiar y de tener contacto con él, ya sea porque fue aislado en el hospital o en su domicilio, pues se conoce que “la comunicación significativa con un ser querido antes de su muerte reduce el riesgo de que los sobrevivientes desarrollen problemas persistentes de duelo”, como refiere Katherine Harmon Courage en Covid Has Put the World at Risk of Prolonged Grief Disorder (Covid ha puesto al mundo en riesgo de sufrir un trastorno de duelo prolongado), publicado en Scientific American.
Después del fallecimiento, los ritos tradicionales en México y en otras partes del mundo contribuyen a que se vaya elaborando el duelo. En tiempos prepandemia se efectuaban velorios, en los cuales había situaciones que ayudaban a procesar el duelo, como las condolencias de amistades, la cercanía física con el féretro y los ritos religiosos.
Posterior al funeral, los católicos durante nueve días se reunían a rezar por el fallecido, lo que facilitaba la elaboración del duelo o por lo menos atenuaba el dolor por la pérdida para comenzar a aceptar la ausencia.
Ahora no son posibles esos ritos porque se ha restringido el tiempo del velorio y el número de personas que asisten; asimismo el sepelio o cremación se desarrolla casi privadamente y se pierde la oportunidad de sentir el consuelo de un abrazo de amigos y familiares.
Por su parte, los problemas financieros, las preocupaciones por la salud y la búsqueda de recursos para la alimentación dificultan que las personas procesen el duelo.
Lo peor es que la mayoría de quienes sufren el duelo prolongado provienen de los sectores de más bajos ingresos, quienes han sufrido más pérdidas de seres queridos por Covid-19, pues cursan con más comorbilidades y carecen de seguridad social y de recursos económicos para la atención domiciliaria.
Así que ahora que la mayoría se incorpore a la nueva normalidad, se tendrá un grave problema de salud mental, pues no hay suficientes terapeutas especializados en la medicina pública, ni posibilidad de financiar ese tratamiento en entidades privadas.