Jorge Esqueda

La migración irregular ha sido de las primeras actividades que han regresado en la nueva normalidad aún con pandemia de Covid19. La pausa obligada por los cierres de frontera no resolvió las causas que la originan, por el contrario, parece haberse convertido en combustible para que más personas decidan salir de sus hogares y adentrarse en el peligro inclusive de muerte con tal de mantener la vida.

En el escenario mundial, la derrota del ejército estadunidense tras 20 años de invasión en Afganistán ha generado el mayor foco de atención, pues el movimiento islámico fundamentalista del Talibán retomó el poder político del cual fue arrojado por los soldados de Washington, pero sin haber cambiado en absoluto sus ideas, con la sorpresa de que una parte sustancial de la sociedad afgana ha cambiado.

El grupo social del cual más se ha hablado es el de la mujer, que si bien podrá seguir estudiando lo tendrá que hacer con velo y en clases sin compañeros hombres, lo que ha despertado inquietud sobre la disponibilidad de profesores, lo que se verá con el paso de los días, aunque las autoridades educativas del retornado régimen talibán aseguran que no habrá problema.

El punto es que con el retiro militar estadunidense se dio un éxodo de afganos que no quieren vivir con el gobierno islámico integrista, que adoptaron formas occidentales de vida o que colaboraron de manera abierta con los ocupantes –que no solo fueron estadunidenses- y ahora temen por su vida.

En conjunto forman lo que Naciones Unidas denomina “migración regular” es decir, en concordancia con las normas jurídicas de salida o entrada, pero que son minoritarios respecto a los 600 mil afganos desplazados internos -aquellos que se han movido de sus lugares de residencia sin salir del país- registrados de enero a agosto, muchos de los cuales ya abandonaron su país sin respetar las normas y que conforman lo que se denomina “migración irregular”.

Sin duda en Afganistán existe un drama pero tampoco hay duda de que sin medios de comunicación tendría una visibilidad menor, como en África, donde datos de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM) y la Unión Africana (UA) hablan de una intensa migración entre el medio centenar de países del continente, y que del total solo 47 por ciento sale a otros lugares, una cuarta parte hacia Europa, un flujo sin embargo muy conocido por las fotos y videos de embarcaciones atestadas de migrantes que muchas veces se hunden en el Mediterráneo.

No menos visibles son los más de cinco millones de venezolanos que han salido de su país en los últimos años, sin que haya cambio político, y a últimas fechas, los migrantes irregulares de Guatemala, Honduras y El Salvador que cruzan México rumbo a Estados Unidos.

La migración de personas de esos tres países al norte no es nueva, al menos data con cifras significativas de los años 80 del siglo pasado, de acuerdo al Migration Policy Institute con sede en Washington, que agrega que la población de ese origen pero ya nacida en suelo estadunidense se ha multiplicado por 10 desde 1980 y crecido 24 por ciento desde 2010.

No es un fenómeno nuevo en consecuencia, aunque en esta ocasión los centroamericanos aparecen acompañados de haitianos, cubanos y venezolanos –y quizá pronto de nicaragüenses- pero todos en conjunto reflejan la persistencia de las causas que los llevan a dejar sus países de origen.

Sorprende que en casi medio siglo las formas institucionales de gestionar y administrar ese flujo migratorio sigan prácticamente iguales, pero ante el aumento inesperado de migrantes los responsables han entrado en pánico y respondido como suele suceder cuando se cae en ese estado: con violencia.

Llama también la atención que en el caso de Guatemala y El Salvador los flujos migratorios son muestra del fracaso de los sistemas de gobierno de ambas naciones, que incursionan con candidez en la modernidad como sucede en El Salvador y su aventura con la criptomoneda, pero son incapaces de retener a su gente.

Contrario a los esfuerzos en Estados Unidos o México, la solución real solo vendrá de esos mismos tres países, que pese a los conflictos internos de la segunda parte del siglo pasado, avanzaron muy poco en crear condiciones de desarrollo. Y con tristeza se ve como Nicaragua se les suma con su brillante política de criminalizar, perseguir y exiliar a sus escritores. Lo que es diáfano como lo muestra el caso Afganistán, es que ninguna forma de violencia resuelve este tipo de problema.

De salida: En el ejercicio de revocación de mandato de Gavin Newsom, el gobernador demócrata de California, la mano del expresidente Doanld Trump estuvo clara. Fracasó, pero él es persistente.

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