Por: Mónica Teresa Müller
“Sí, querido, quédate tranquilo mi amor. Cuando regreses estará todo hecho”
El eco de su voz intenta esconderse en los espacios de la casa. Está sola. Busca el espejo.
En el jardín y con la luz del sol, se mira; con la yema de los dedos palpa el bulto en la
mejilla, duele
Desde hace un año, Helena sabe de la palabra dolor que intrusa el alma y desgarra la carne.
El espejo es una compañía que no la censura.
“Mary, mi amiga, dice que me voy a enfermar, que lo debo denunciar y que si no lo
intento, él me va a enterrar. No puedo, lo quiero demasiado y además sé que va a cambiar,
lo prometió; me dice que a veces desea su muerte y más después que pasó todo y me ve. Lo
de las discusiones, claro, yo lo entiendo, tiene motivos. Él dice palabras y más palabras,
tantas…, pero tiene razón”
Al atardecer llegará Ramiro. Helena estuvo atareada desde que él se fue a las seis de la
mañana. Sus días son rutinarios, se esmera y cumple con todos los recados.
“Anoche cuando hacíamos el amor me juró que va a cambiar, le creo porque lo quiero y sé
que me quiere”
Cada vez que pasa frente al espejo del comedor, observa el mechón más corto de su pelo
rojizo. Aún le duele la cicatriz de la cabeza.
Helena es joven y frágil. Le gustaría que fuera primavera porque Ramiro le regala flores.
Sí, él la quiere a su manera. Sabe que ella espera que llegue, la bese, abrace, la mire a los
ojos y sin palabras, le pida perdón.
Helena suspira. “Hoy va a ser diferente, lo de anoche fue tan intenso.. Sí, será distinto
porque Dios no falta a las citas” Ella lo llama todos los días, pero no es cuestión de Dios.
La casa absorbe tinieblas, caduca el tiempo del sol. Helena está desnuda porque se acaba de
bañar. Ramiro llegará en unos minutos. Quién la viera sabría por qué se acaricia diversas
partes de su cuerpo. La soledad le permite hablar en voz alta.
“Mary no sabe lo que dice, no sabe cómo es Ramiro.. A veces pienso en denunciarlo, pero
no puedo, él me prometió que va a cambiar y si Mary va a la Comisaría de la Mujer, como
me amenaza, yo la voy a desmentir porque creo en mi hombre y lo quiero más que a mi
vida.”
El chirrido de la puerta de entrada a la casa le indica a la mujer que su hombre está ahí. Le
palpita el corazón. Sabe que él regresa con el sabor de una noche de amor pleno.
Helena corre y se abalanza con los brazos abiertos hacia Ramiro, que ataja el abrazo y
responde con un bestial movimiento.
Sucedió sin denuncia, sin gritos, sin palabras, quedan como testigos las paredes teñidas de rojo.