POR: Alejandro Ordóñez
Para: Liliana Muñoz
Pedro Ángel Palou, historiador por vocación, escritor de oficio, nos invita, nos incita y nos concita a asomarnos por el ojo de la cerradura de la alcoba de Villaurrutia y no contento con ello nos convierte en detectives que a escondidas hurgan entre los archivos, cuadernos de viaje, cartas y otros documentos del genial poeta, dramaturgo, crítico, intelectual, -¿qué más podría decirse de ese hombre?- para descubrir detalles, anécdotas y hechos poco conocidos de él; pero hay más, mucho más, a lo largo de las 221 páginas del texto haremos un viaje al pasado, a ese México todavía con aires provincianos, que fue de nuestros padres o abuelos. En esta travesía hallaremos a personajes tan importantes como la entrañable Antonieta Rivas Mercado, Rodríguez Lozano y Gorostiza. Sabremos de Los Contemporáneos y su efímera revista “Ulises” o nos condoleremos con esos interminables insomnios que lo aquejaron a lo largo de su vida. Sabremos de sus amores, de Cuesta, Novo y de su amistad con Usigli, Lazo, Pellicer y una pléyade más. Ya convertidos en sus cómplices, Palou nos introducirá en su infatigable andar y desandar la historia, lejos de toda solemnidad, como si fuera un chisme, un chismecito caliente, de esos que se disfrutan y dejan huella en la memoria; porque la historia misma es un largo chisme que hay que ir descubriendo, develando sin prisas.
Hoy es el día, la noche ya no será: es
Xavier Villaurrutia.
Mediante un narrador apócrifo Pedro Ángel Palou nos introduce a la alcoba de Villaurrutia, pero lo hace sin morbo, estridencias, ditirambos o exageraciones. La novela arranca con apuntes tomados de un “diario de viaje”. En 1935 Xavier Villaurrutia y Rodolfo Usigli son becados por la Fundación Rockefeller para estudiar composición dramática en Yale.
“Este insomnio desespera, vence. Y en la tumba del lecho sigo siendo una estatua”. Arranca el viaje iniciático, Villaurrutia devela sus dos grandes obsesiones: la soledad y el insomnio; tal vez la soledad que producen las noches sin dormir. Escribe unas cartas exquisitas, humanas, que algún día publicará, nos dice Palou -aunque sean censuradas- pues contienen cosas muy íntimas que a Xavier -tan discreto- no le habría gustado anduvieran de boca en boca. Ambos amigos conviven en franca camaradería; sin embargo, cada quien hace su vida íntima de manera independiente. Asisten con regularidad al teatro Schubert y cumplen cabalmente con sus asignaturas: dirección, vestuario, iluminación de escena…
El tiempo pasa, la vida pasa, irrumpe en el escenario la Guerra Civil Española con su barbarie. El presidente Cárdenas acoge a los exiliados, los incorpora al Estado, a la universidad y a la cultura; Xavier, a pesar de su parquedad en cuestiones políticas y de ser republicano, da la voz de alarma: “ese éxodo, esa generosa acogida a los artistas, políticos, escritores e intelectuales españoles relegará a los mexicanos a un segundo plano y llevará a esos extranjeros a convertirse en árbitros de nuestra cultura y de nuestras instituciones”.
A pesar de ello convive con el inolvidable León Felipe y da muestras de sus conocimientos sobre la poesía española pero afirma que sus poemas son mexicanos, aunque no tuvieran una etiqueta que dijera: Made in Mexico. Mientras ello ocurre, la crítica acusa al grupo de “Los Contemporáneos”, del que Xavier forma parte, de ser extranjerizantes, exquisitos, afeminados, traidores a la patria. El gobierno ordena el cierre de la revista Examen, que publica Jorge Cuesta, por inmoral. Y ese grupo sin grupo, como lo llama Villaurrutia, se desune, se desperdiga y azuzados por la prensa se diluye entre enconos y rivalidades.
La única soledad verdadera es el suicidio.
Xavier naufraga desde la alcoba, el insomnio y la duda que trae consigo la noche lo llenan de desolación, de tedio, de desesperante abulia interior. Se reúne con Samuel Ramos, éste lo nota parco, seco, distante. ¿Qué tienes?, pregunta Samuel, te noto preocupado. ¿Cómo no iba a estarlo? era la tercera vez que -en conversación íntima- Jorge Cuesta le hablaba del suicidio.
Horas después de esa plática, Jorge Cuesta es llevado de urgencia a la clínica del doctor Lavista, en el pueblo de Tlalpan, donde más tarde moriría desangrado. Se amputó los genitales con un cuchillo. La mañana siguiente un periódico publica: “Conocido escritor murió trágicamente. Don Jorge Cuesta se colgó de una reja. Pudo ser descolgado aún con vida, pero falleció horas más tarde…”
La vida se convierte en una sucesión de días, todos iguales, Xavier imparte su clase en el Instituto Cinematográfico. ¿Cómo evitar el estéril teoricismo imperante? se pregunta. Volver a los peripatéticos, darle vueltas al tema, rodearlo, para dejar que su núcleo se prefigure en la mente del que escucha. Una tarde descubre que Agustín -su amante- lo engaña con Mario -amigo común-. Xavier se apoyaba en ese amor que creía firme y único, al verlo perdido siente que el bastón que lo sostenía desapareció. Concibe, entonces, al desamor como una forma de ausencia y deterioro consciente, al hacerlo parece estar firmando la última letra de cambio de ese contrato indisoluble.
Sumido en la depresión afirma: puedo decir que mi vida ha sido hermosa, plena, verdadera. He gozado la alegría pero también el sufrimiento. No me arrepiento de nada y sin embargo contemplo la posibilidad del suicidio, quizá como otra experiencia más. Un último acto de voluntad: quitarme la vida cuando yo quiera, no cuando el destino así lo haya previsto.
El 26 de diciembre de 1950, la noticia encabezaba los diarios:
Javier Villaurrutia murió súbitamente.
Palou, Pedro Ángel. En la alcoba de un mundo. El amor y la oscura muerte de Xavier Villaurrutia. Editorial Seix Barral. 2017.