Corría 2010 y el equipo de arqueología subacuática del Instituto Nacional de Antropología e Historia de México iba a realizar una exploración en las lagunas del Nevado de Toluca.
Aunque el enfoque de la expedición estaba en las culturas prehispánicas, como la inmensa mayoría de la arqueología que se realiza en el país, Roberto Junco Sánchez, el organizador, quería comprobar otra historia.
La del tesoro del Vita, el barco cargado de oro y joyas que el gobierno de la Segunda República, tras perder la Guerra Civil española, había traído a México y cuyos restos, según la rumorología y hallazgos previos de buzos deportivos, descansan en los lechos de la laguna del Nevado de Toluca que está a cien kilómetros al suroeste de la Ciudad de México, y aún hoy, con un sistema de carreteras mucho mejor que hace ochenta años, se tarda más de tres horas en llegar a las lagunas.
El camino de estos restos hacia su cementerio acuático en México comienza con la Guerra Civil española. A lo largo de los años de enfrentamiento, el gobierno republicano reunió una serie de recursos que, según se acercaba el final de la lucha y se evidenciaba que la ganaría el bando franquista, trasladó a Francia. En este caso, el conjunto eran joyas de depósitos privados del Banco de España y del Monte de Piedad de Madrid, monedas de oro, reliquias de la catedral de Toledo, un relicario con uno de los supuestos clavos de Cristo y una valiosa edición del Quijote.
Todo este tesoro estaba guardado en unas minas de sal en Gerona, y lo fueron sacando los republicanos de forma irregular en una avioneta a Francia. Estaban evacuando Cataluña, el ejército se había derrumbado, no sabemos si no pudieron realizar un inventario o no quisieron para que el franquismo no lo pudiese reclamar. Desde Francia deciden enviarlo a un lugar más seguro, y este es México, donde contaban con el apoyo del presidente Lázaro Cárdenas.
En el puerto francés de Le Havre, en febrero de 1939, por la noche con secretismo y prisa, distribuidos en 110 y 174 maletas, se cargaron estos bultos en el Vita, un yate de recreo de 62 metros de eslora, y se puso rumbo a Veracruz, el mismo lugar donde Hernán Cortes tocó México por primera vez. La Alemania nazi, su Blitzkrieg y la Segunda Guerra Mundial ya se veían en el horizonte, y Francia no era el lugar más seguro.
El 22 de marzo de 1939 atracaba en el puerto de Veracruz el yate Vita, aunque finalmente fue desviado hasta el puerto de Tampico en ausencia del Dr. Puche, comisionado por Negrín para receptar el cargamento. Indalecio Prieto, quien había arribado a México tan solo unas semanas antes, vació la carga con autorización del gobierno mexicano para trasladarla después a la ciudad de México.
El barco levanta sospechas en Veracruz, ya que nunca entra en puerto para no pasar aduanas, y genera titulares en la prensa mexicana, que sospecha que llega con el tesoro. El capitán, que había formado parte de la guardia personal de Prieto –recién aterrizado en México–, le llama para pedirle ayuda, ante el temor de que las autoridades mexicanas confisquen la carga.
Prieto habla directamente con Cárdenas, y es tan convincente que este permite el desembarco y hasta fleta un tren del Ejército para llevarlo a la Ciudad de México, luego se desentiende y deja que los españoles hagan lo que quieran.
De acuerdo con las actas de ese “organismo de nueva creación” de Prieto y los suyos, como las joyas no se podían vender en su estado original (podrían ser reclamadas por sus dueños), se compró una casa en la avenida Michoacán, número 64, en el barrio de La Roma, donde se instaló un taller de desguace.
Según los registros de venta, el oro, la plata y las monedas fueron vendidos al Banco Central de México a un precio ventajoso para esta institución; las piedras preciosas, a los joyeros internacionales Isidoro Lipschutz y Victor Urbach; el platino y otros materiales, al joyero mexicano Ángel Mijares; y el barco, finalmente, al gobierno de Estados Unidos.
Según cuentas, se obtuvieron en torno a 8,5 millones de pesos mexicanos y unos 5,6 millones de dólares. Un dólar entonces valía alrededor de 5 pesos. Negrín había estimado el valor de la carga en 40 millones de dólares.
Los franquistas decían que era un expolio de las riquezas nacionales. Para los partidarios de Negrín, Prieto había aprovechado su relación personal con Cárdenas para hacerse cargo del tesoro y usarlo en sus objetivos políticos, que básicamente eran sustituirle como cabeza de la República en el exilio.
Pero el taller de la calle Michoacán 64 generaba partes no valiosas, la maquinaria, las cajas que contenían los objetos confiados al Monte de Piedad de Madrid… ¿Qué hacer con esas pruebas de desguace de unas joyas que habían salido de España sin registro, habían entrado en México sin pasar aduanas y se habían vendido sin pagar impuestos?
El Nevado de Toluca era una opción, es un lugar cercano a la Ciudad de México, pero de difícil acceso, y se pensaba que sus lagunas eran profundísimas y que se conectaban con el mar, con aguas heladas. El Nevado de aquellos tiempos era un gran lugar para tirar algo y que nadie lo encuentre. Todo ese material, el hecho de que sean envoltorios, maquinarias, un relicario…, nos lleva a pensar que se estaban deshaciendo de los restos tras extraer lo valioso. También tiene que haber sido una actividad ilegal, y lo tiraron cerca de la orilla.
Hasta entonces, la bruma seguirá envolviendo el tesoro del Vita.