Am ersten Dezember wurde in Mexiko Geschichte geschrieben. Zum ersten Mal besetzt ein linker nationalistischer Kandidat den Präsidentenstuhl und die Augen der Welt sind auf der Suche nach dem, was dies bedeuten könnte.

Andrés Manuel López Obrador ist eine ikonische Figur. Obrador, zweifellos der beliebteste mexikanische Politiker des 21. Jahrhunderts, ist in der Öffentlichkeit geblieben und in den meisten Fällen von Kontroversen umgeben, seit er Regierungschef von Mexiko Stadt war.

Sein Charakter wurde fast zum Mythos, nachdem er erfolglos versucht hatte, die Präsidentschaft zweimal zu erreichen: 2006 und 2012. Das erste war Betrug, das sagte er, und das zweite war einfach nicht seine Zeit. Nein, 2012 war der Anti-Establishment-Diskurs noch nicht in der Welt zu hören. Die Worte von Donald Trump waren noch nicht in der internationalen Presse erschienen, und die nationalistische Welle hatte ihren Höhepunkt in Europa noch nicht erreicht.

Ein von Gewalt verletztes Land suchte intern nach Enrique Peña Nieto, von der Partei, die 70 Jahre ohne Unterbrechung regiert hatte, die Hoffnung, etwas zu ändern (ironisch?). Peña gewann nicht wegen seiner Popularität oder seines Charismas, sondern weil er zu dieser Zeit die einzige Möglichkeit des Wechsels war, ohne in den von Obrador dargestellten Radikalismus und die «Gefahr» zu geraten.

Aber das Volk hat ihre Grenzen erreicht. Die Gewalt nahm fast ebenso zu wie die Benzinpreise, die Aufwertung des Dollars gegenüber dem mexikanischen Peso (und die Abwertung des letzteren) und die Preise des Basiskorbs. Die Technokraten nannten es «schmerzhafte, aber notwendige Maßnahmen», die Opposition, angeführt von Obrador, «Verrat an das Volk».

Die Leute wurden der traditionellen Politik überdrüssig und stimmten oft blind für eine neu geschaffene Partei mit alten Politikern. Die Rhetorik, angeführt von der Bekämpfung der Korruption und der Ablehnung der «Mafia del Poder», hatte den Effekt, dass Obrador die Wahlen mit einer großen Anzahl von Stimmen und beispielloser Unterstützung der Bevölkerung gewann.

Die Antrittsrede des jetzt mexikanischen Präsidenten war die Summe der Ideale seiner Bewegung. Zunächst kritisierte er das seit den achtziger Jahren angewandte neoliberale Modell und präsentierte quantitativ seine «schlechten Ergebnisse». Er verwies auch direkt auf das vermeintliche Scheitern der Strukturreformen, die der große Stolz der Regierung von Peña Nieto waren.

AMLO verpflichtete sich unter anderem, die Steuern nicht zu erhöhen, den Benzinpreis zu senken und das Land nicht weiter zu verschulden. Für einen Moment vergaß er seine transformative Rede und geriet in die Provokation einiger Abgeordneter, erlangte jedoch seine Position wieder und setzte seinen charakteristischen Tonfall fort.

Nun beginnt die Vierte Transformation offiziell, ein neuer Hoffnungshorizont für einige und eine bloße Chance für eine neue Machtgruppe für andere. Wir Mexikaner stehen vor einem konjunkturellen Moment, in dem die neue Regierung in der Hand ist, um ihre ehrgeizigen Kampagnenversprechen zu erfüllen. Obrador und seine Partei haben jetzt die schwierige Aufgabe, zu regieren. Es geht nicht mehr nur darum, einen messianischen Diskurs zu fördern, es ist Zeit zu handeln.

Jede große Transformation in Mexiko erforderte große Veränderungen, hauptsächlich durch bewaffnete Kämpfe. Jetzt sind wir bereit, auf friedliche Weise in ein besseres Land zu ziehen. Dafür müssen wir uns unserer Umgebung bewusst und kritisch gegenüber stehen, ohne die Charaktere zu idealisieren oder das Unberechtigte zu rechtfertigen. Unabhängig davon, wer den Präsidentenstuhl besetzt, ist die eigentliche Veränderung von unten nach oben, bürgerliche Verantwortung und eine echte Überzeugung, die Dinge anders zu machen.

Wie es die meisten Mexikaner gewählt haben, auf geht’s mit der Vierten Transformation! Wir werden weiterhin die Aktivitäten des neuen Präsidenten überwachen und auch sehen, wie sie sich auf Deutschland auswirken werden.

 AHORA POR FAVOR EN ALEMÁN!

¡Adelante con la Cuarta Transformación!

Alfonso Figueroa Saldaña

El pasado primero de diciembre se hizo historia en México. Por primera vez, un candidato de izquierda nacionalista ocupa la silla presidencial y los ojos del mundo están a la expectativa de lo que esto pueda significar.

Andrés Manuel López Obrador es un personaje icónico. Sin duda el político mexicano más popular del siglo XXI, Obrador ha permanecido en el ojo público, rodeado de controversia en la mayoría de las ocasiones, desde que fue Jefe de Gobierno del Distrito Federal.

Su personaje se volvió casi un mito, luego de buscar sin éxito llegar a la presidencia en dos ocasiones: 2006 y 2012. La primera dicen que fue fraude, la segunda simplemente no fue su momento. No, en 2012 aún no resonaban en el mundo el discurso del antiestablishment. Las palabras de Donald Trump aún no aparecían en la prensa internacional y la ola nacionalista aún no alcanzaba su apogeo en Europa.

A nivel interno, un país lastimado por la violencia buscaba en Enrique Peña Nieto, del partido que gobernó 70 años ininterrumpidamente, la esperanza de cambiar las cosas. Peña no ganó por su popularidad ni por su carisma, sino porque en ese momento era la única opción de alternancia sin caer en el radicalismo y el “peligro” que representaba Obrador.

Pero el pueblo llegó a su límite. La violencia aumentó, casi tanto como los precios de la gasolina, la apreciación del dólar ante el peso mexicano (y la devaluación de éste último), y los precios de la canasta básica. Los tecnócratas lo llamaron “medidas dolorosas pero necesarias”, la oposición, liderada por Obrador, lo llamó “traición al pueblo”.

La gente se cansó de la política tradicional y votó, muchas veces a ciegas, por un partido de nueva creación con viejos políticos. La retórica, liderada por el combate a la corrupción y el repudio a la “mafia del poder”, surtió tal efecto que Obrador ganó las elecciones con un amplio número de votos y un respaldo popular sin precedentes.

El discurso inaugural del ahora presidente de México fue la suma de los ideales de su movimiento. De entrada, criticó el modelo neoliberal aplicado desde los años ochenta y presentó, de manera cuantitativa, sus “pobres resultados”. También hizo alusión directa al supuesto fracaso de las reformas estructurales que, en su momento, fueron el gran orgullo de la administración de Peña Nieto (por cierto, las expresiones de incomodidad por parte de éste último eran evidentes).

Asimismo, AMLO se comprometió, entre otras cosas, a no incrementar impuestos, a bajar el precio de la gasolina y a no endeudar más al país. Por un momento, olvidó su discurso transformador y cayó en las provocaciones de algunos diputados, pero recuperó su postura y siguió adelante con su tono característico.

Ahora comienza oficialmente la Cuarta Transformación, un nuevo horizonte de esperanza para algunos y mera facundia de un nuevo grupo en el poder para otros. Los mexicanos nos encontramos ante un momento coyuntural en el que está en manos del nuevo Gobierno cumplir sus ambiciosas promesas de campaña.  Obrador y su partido tienen ahora la difícil tarea de gobernar. Ya no se trata sólo de promover un discurso mesiánico, es tiempo de actuar.

Toda gran Transformación en México requirió de grandes cambios dados principalmente mediante la lucha armada, sin embargo ahora estamos listos para transitar a un mejor país de manera pacífica. Para ello necesitamos ser conscientes y críticos de nuestro alrededor, sin endiosar a personajes ni justificar lo injustificable. Independientemente de quién ocupe la silla presidencial, el verdadero cambio se da de abajo para arriba, teniendo responsabilidad cívica y una convicción genuina de hacer las cosas de diferente manera.

En consonancia con lo que votaron la mayoría de los mexicanos, ¡adelante con la Cuarta Transformación! Nosotros seguiremos pendientes de las acciones del nuevo presidente y también de cómo éstas afectarán a Alemania.

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