La lógica es una ciencia que busca encontrar la verdad o al menos acercarse a ella eliminando todo lo que no sea exacto ni razonado. Euclides fue un matemático del siglo tercero antes de Cristo que aplicó la lógica a la geometría, pues el error no cabe en las matemáticas. Algunas proposiciones que él hizo en su tratado “Elementos” son éstas: «Un punto es lo que no tiene partes». «Una línea es una longitud sin anchura». «Los extremos de una línea son puntos». «Los extremos de una superficie son líneas». «Las cosas iguales a una misma cosa son también iguales entre sí». El geómetra griego, en sus proposiciones anteriores, está definiendo al mundo y a sus partes.

Antes de Euclides, Aristóteles ya había abordado el tema de la lógica; y después de Euclides, en el siglo XX, lo trató también el filósofo austriaco Ludwig Wittgenstein. Su obra más reconocida es el “Tractatus lógico-philosophicus”; algunos de sus aforismos son éstos: «El mundo es todo lo que es el caso». «El mundo es la totalidad de los hechos, no de las cosas». «La totalidad de los hechos determina lo que es el caso y también todo cuanto no es el caso». «Respecto a una respuesta que no puede expresarse, tampoco cabe expresar la pregunta». «La solución del problema de la vida se nota en la desaparición de ese problema». «Lo inexplicable, ciertamente, existe. Se muestra, es lo místico». «De lo que no se puede hablar hay que callar». Aunque no lo parezca, Wittgenstein y Euclides hablan de lo mismo: de la apropiación lógica del mundo y del uso de la razón como un sendero que llega a la frontera de lo desconocido, de lo inexpresable.

Sin embargo, la lógica no es bien recibida entre los profanos (los que están dormidos) cuando ésta carece de un sentido moral; el primer aforismo de Hipócrates, el padre de la medicina, resulta pertinente: «La vida es breve; la ciencia, extensa; la ocasión, fugaz; la experiencia, insegura; el juicio, difícil. Es preciso no sólo disponerse a hacer lo debido uno mismo, sino además (que colaboren) el enfermo, los que le asisten y las circunstancias externas.» Hipócrates, desde el trono de la ciencia médica, habla en sus aforismos de lo mismo que el geómetra griego, de lo mismo que el filósofo austriaco, corroborando que «Las cosas iguales a una misma cosa son también iguales entre sí»; y cuáles son estas cosas iguales: sencillamente la lógica, la razón y el despertar al mundo.

Hipócrates nos llama a hacer lo debido (vivir con prudencia), y cada uno de los sujetos que nombra son entidades que nos circundan: el médico (el yo [el otro]), el enfermo (el otro [el yo]), los que le asisten (las ciencias) y las circunstancias externas (el mundo). Va de lo particular a lo general utilizando una línea natural y jerarquizada en la que el mundo, que es el punto para Euclides y el caso para Wittgenstein, es inalterable por nosotros. Si estamos enfermos moralmente es por nuestra falta de sentido ético y estético ante la existencia.

Regresemos al origen. El punto es lo que no tiene partes, es decir, lo que carece de límites: lo sagrado, lo místico. Nosotros somos formas, unión con el punto a través de líneas que detonan en superficies, en hechos que devienen del caso. Somos imagen de lo no visto, pero esta imagen está enferma, en algún punto sus líneas se desviaron y vivimos sin geometría olvidando la brevedad de la vida, malgastando la ocasión y desoyendo a las ciencias. Recuperar la cordura y el rumbo lógico hacia aquello que es inefable nos otorgará la pasividad de la verdad.

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