No estimado lector, efectivamente la culpa de todos nuestros males no la tiene AMLO. Si habremos de encontrar un culpable al que podamos señalar y exigir cuentas por nuestras dolencias y desamparos, simplemente habrá que mirarnos en un espejo.

Entiendo que vivimos en un país que no nos brinda, en lo general, una educación de calidad para poder, desde pequeños, echar a andar el engranaje mental y razonar debidamente para la toma de decisiones, si a esto le agregamos el factor nutricional, por supuesto que tenemos muy pocas oportunidades de comprender y aprehender nuestro entorno. Este es un discurso en el que nos hemos amparado históricamente, echándole la culpa a la pobreza y a la desigualdad social, pero si usted es capaz de leer, al menos una columna periodística, discúlpeme, no se encuentra en el rubro de los analfabetas ni de los marginados. La población mexicana tiene un porcentaje menor de pobreza y marginación que de aquellos que cuentan con los servicios básicos para su subsistencia y lo que buscan todos los días, con todo derecho, es elevar el nivel de vida.

Efectivamente la pandemia en México estuvo mal manejada desde el principio. Enfrentarla requería de acciones enérgicas por parte del gobierno, coordinación entre los responsables de seguir las cadenas de contagio y las cuarentenas obligatorias para quienes se habían considerado sospechosos, pero todos sabemos que para el presidente, era más importante mantener, como lo ha hecho, una postura no impositiva, cuidándose de no aparecer como un dictador, y con ello darle “al pueblo sabio” su lugar. Pero esto no implica que la mayoría de nosotros no hubiésemos hecho conciencia desde el principio, tomando las medidas necesarias para evitar contagiarnos. También es cierto que, hasta el día de hoy, siguen en franca oposición las posturas del presidente y del Dr. López Gatell en discursos de protección básica como es el uso del cubrebocas, pero eso no nos exime a tomar decisiones personales basadas en el criterio de aquellos que han logrado mantener a raya al implacable virus. Hoy, sabemos que no sólo no han disminuido los casos de Coronavirus, sino que además siguen aumentando todos los días, temiendo un nuevo confinamiento y la parálisis económica que esto acarreará. Sin duda, es un buen momento para reflexionar qué es lo que hemos hecho mal.

Se ha discutido mucho acerca del golpe a la economía que el paro de actividades trajo como efecto paralelo, es cierto que debíamos de retomar nuestras actividades cotidianas, pero esto dista mucho de realizar otras verdaderamente descabelladas. No hemos comprendido que estamos en un trance histórico que engloba a todo el planeta y que la supervivencia hoy día depende de qué tan en serio nos tomemos el fenómeno. ¿Acaso no nos damos cuenta, estimado lector, que ingresar a un hospital del Sector Salud es prácticamente firmar nuestra sentencia de muerte? y si el caso fuera, como el que enfrentan nuestros funcionarios públicos, así como quienes tienen la fortuna de atenderse de manera privada una vez contraído el virus, tener que dejar en los hospitales exclusivos los ahorros de años para vencer la enfermedad, con el riesgo, por supuesto, de las secuelas o complicaciones que podría generar el bicho en nuestros organismos.

Aún no podemos vislumbrar el final de este episodio, faltan muchos capítulos por escribir y así como la historia, la vida continúa su curso. A diferencia de las primeras semanas, hoy todos tenemos a un familiar, pariente o amigo cercano que ya fue afectado por el virus, a estas alturas y en el plano estrictamente personal, poco importan ya las acciones del gobierno, es momento en que la sociedad debe tomar el riesgo en sus manos, tomar sus propias decisiones para trabajar en lo personal y con los nuestros, ardua y sacrificadamente, para poder contar de viva voz este suceso a las siguientes generaciones.

 

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