*Por: Mtra. Niza Gutiérrez Ruiz

Sabemos que la “nueva normalidad” ha resultado complicada en algunos casos. Llevar esta vida de home office a veces sobrepasa la dinámica personal y en algunos casos, nos faltan manos y tiempos para brindar la atención necesaria a la familia o seres queridos que se encuentran en nuestro espacio de convivencia.

Mantener la dinámica escolar o laboral desde casa ha implicado buscar espacio (incluso algún rincón) que pueda estar libre de distracciones. Si vives sola o solo en casa, puede resultar más sencillo organizarte y desplazarte, si así el espacio lo permite, a diferentes escenarios. Por el contrario, al compartir espacio con otros integrantes, la cosa cambia.

En este sentido, Los espacios se limitan, la conexión de internet se distribuye entre todos los integrantes de la casa, así como en los dispositivos conectaos. También la velocidad se ve reducida. Ni hablar de cuando coinciden las reuniones-clases con ruidos externos que amenizan la interacción virtual: la basura, el gas, el camión, el timbre, la podadora, el perro, entre otros.

Lo anterior va como un referente a lo que vivimos. Ahora bien, ¿Qué ocurre al entrar a las dinámicas virtuales, ya sea laboral o académico?

En el ámbito laboral, las reuniones se trasladan a lo virtual, ya sean en grupos grandes o en pares. Incluso para resolver algunas actividades con compañeros de trabajo, las videollamadas resultan ser más prácticas que un correo o el chat; aun cuando se cuente con este servicio.

Por otro lado, en la vida académica o estudiantil. Las clases se tornan principalmente frente a la cámara web. Gran parte de nosotros lo hemos vivido, ya sea directamente o por algún integrante de la familia al requerir acompañamiento. Desde la parte académica, se busca retomar estos espacios de encuentro y cercanía a través de la activación de las cámaras web. Si bien puede resultar algo frio porque existe la computadora como mediador, es un elemento clave para visualizar a los integrantes del curso o de la reunión en específico.

Gran parte de los participantes optan por no activar su cámara. Una parte se debe a la calidad de conexión a Internet, que como mencioné al inicio se puede ver afectada por el número de dispositivos conectados o la propia calidad de la conexión. Recordemos también que el uso de cámara o acceso a videos requiere de mayor consumo. En mi experiencia y tomando en cuenta lo anterior, he optado por iniciar las sesiones de clase solicitando su activación para verlos y desactivar iniciado el tema y volver a activar al llegar al momento del diálogo.

Sin embargo, la práctica de no activar la cámara puede generar cierta sensación de apatía o despersonalización, pues este ejercicio permite ver cómo se están relacionando los participantes en el tema. Más allá de ver si están en su cama, en pijama o comiendo; esto pasa a un segundo plano. Pero si el hecho de saber quién está del otro lado de la computadora y sobre todo si se está prestando atención.

¿Es necesario activar la cámara web durante los encuentros virtuales?

La respuesta es sí. Sabemos que puede ser tedioso estar tantas horas frente a la pantalla de la computadora y también el hecho de saber que constantemente nos están viendo en un mosaico de la aplicación o plataforma empleada para llevar a cabo las clases o sesiones virtuales.

Lo ideal es establecer una política o reglas del juego, dialogarlas y establecer acuerdos de convivencia que involucre su uso en estos espacios. Esto también permitirá tener un acercamiento con los integrantes del curso, empatizar y establecer líneas de socialización que contribuyan a la práctica educativa y personal.

Es curioso ver que parte de los jóvenes se graban para compartir sus historias a través de Instagram o pasar por todo un proceso de edición para TikTok. Sin embargo, al momento de intervenir en espacios más formales, se limitan.

No tengamos miedo a ser vistos a través del monitor. Todos andamos en este reto y la cordialidad también forma parte de la convivencia virtual. Animémonos a intervenir en otros espacios, que nos conozcan sin importar lo que ocurre detrás (sobre todo con ruidos), pues somos seres imperfectos.

La autora es profesora de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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