En estos meses del llamado «Gran confinamiento» que tendrá ese nombre histórico ante la declaratoria de emergencia que en un siglo no se había decretado y que por la epidemia que se convirtió en pandemia, la Organización Mundial de la Salud OMS decretó en el ya lejano mes de marzo; como nunca la palabra duelo cobra especial relevancia. Sin pretender entrar al análisis de las condiciones sanitarias que nos obliga a aplicar medidas en diversos ámbitos, debemos reflexionar sobre las implicaciones del duelo frente a ellas.

El Diccionario de la real academia de la lengua española lo define: 1. Dolor, lástima, aflicción o sentimiento; 2. Demostraciones que se hacen para manifestar el sentimiento que se tiene por la muerte de alguien; 3. Reunión de parientes, amigos o invitados que asisten a la casa mortuoria, a la conducción del cadáver al cementerio, o a los funerales. Estas acepciones se enfocan en el aspecto de la pérdida física de un ser querido.

El duelo se genera por la pérdida, la más importante tiene que ver con las irremediables por la muerte de personas con las que se tiene un vínculo afectivo. Cada ser en su individualidad vive de manera diferenciada su proceso de duelo, son de estudio de la psicología las etapas que sistematizan como etapa cognitiva y emocional. Las fases del duelo van de la negación, ira, negociación, depresión hasta la aceptación. Algunos agregan confusión después de negación y después de la aceptación el restablecimiento.

Una parte importante en el duelo por la muerte de un ser querido tiene que ver con los ritos de despedida que ayudan a los que se quedan a ir asimilando esa realidad. La pandemia está impidiendo ese protocolo tan importante para iniciar el duelo; puede incluso exacerbar la ira y la culpa de quienes deben tomar decisiones inmediatas sobre la disposición del cuerpo que difícilmente se tienen previstas como familia. Además, la imposibilidad de despedirse y que la persona esté consiente en sus últimos momentos para dar sus últimas palabras y el que en la solidaridad y compañía el resto de la familia y amistades no puedan acompañar, hace que el duelo sea más difícil para los que lo padecen. Foco rojo que ya señalan organismos internacionales y nacionales sobre la importancia de la salud mental para atender las secuelas de las ausencias (cada vez mayores), que además se conjugan con otras prioridades que requieren atención y dificultan el espacio para comenzar a asumir las etapas del duelo.

Asimismo, el duelo en estos momentos se enfoca en el distanciamiento social, esta medida necesaria para evitar los contagios trastoca una de las necesidades humanas que son esencia misma de nuestra naturaleza. La organización inicial que se hizo en los núcleos familiares, de pareja, trabajo y amistad, permitió ponernos en condiciones para llevar el confinamiento y resguardar a quienes pudieran estar en mayor riesgo.

La primera consecuencia fue la pérdida del espacio público, de la cotidianidad, de las interacciones y ritmos que, de manera, que pareciera, espontánea llevábamos a cabo. Ahora tenemos más claridad frente al menoscabo de cada una de esas actividades que valoramos en la dimensión de la importancia que representa el saber que el retorno a las mismas no será inmediato o que incluso, pudiera ser para siempre de manera diferente.

La segunda consecuencia va en el enfoque de perder el marco de referencia y la diferencia de los espacios laborales, familiares y de recreación, todos ellos se fusionaron y requieren de técnicas y disciplina para implementarlas y que se logre identificar y hacer valer cada uno de ellos. No olvidemos las etapas del duelo, de ahí la alerta a los temas de violencia que se incrementó en el espacio privado. Solo nos resta hacer consciencia, tenernos paciencia y reconocer que la pérdida es real y detona escenarios adversos ante esa falta de identificación del contexto.

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