Por: Mtro. José Teódulo Guzmán Anell, SJ.

Con la celebración del MIERCOLES DE CENIZA hemos iniciado la CUARESMA que culminará en la PASCUA.

La imposición de la ceniza tiene un significado profundo: la conversión del corazón y la renovación de nuestra fe en la Buena Nueva de Jesucristo. Por eso, al imponernos la ceniza decimos: Me arrepiento y creo en el Evangelio.

La ceniza es un símbolo que nos recuerda nuestra condición humana y cristiana: somos mortales y pecadores, pero al mismo tiempo hijos(as) de Dios, perdonados y llamados a continuar en el seguimiento de Jesucristo. Nos recuerda también que somos frágiles y que necesitamos del apoyo y del cariño de muchas personas para subsistir, trabajar y mantenernos vivos y saludables.

Con la celebración de la liturgia del miércoles de ceniza ha empezado la cuaresma, en memoria de los cuarenta días que estuvo Jesús en el desierto, preparándose para iniciar la misión que le había encomendado su Padre de anunciar la Buena Noticia del Reino de Dios como nos consta en los evangelios. Y una condición fundamental para comprender y aceptar la Buena Noticia de Jesús es la conversión personal y comunitaria.

La conversión es un proceso que empieza por el reconocimiento de nuestros pecados y la aceptación del perdón de nuestro Padre Dios. La reconciliación con Dios exige la reconciliación con nuestros prójimos y el compromiso de practicar la justicia como fruto del amor a todos.

La imposición de la ceniza no es, pues, un mero rito externo ni una práctica religiosa aislada, sino el inicio de una vida nueva en la relación con el Padre Dios y con nuestros hermanos y hermanas, como personas e hijos del mismo Padre Dios, con quienes formamos una sola comunidad de creyentes en Cristo y miembros de una sola iglesia.

Al decir me arrepiento, indicamos que rechazamos todas aquellas acciones que han dañado al prójimo, en cualquier forma (menosprecio, indiferencia, hostilidad, agresividad, etc.) y al mismo tiempo reafirmamos nuestra adhesión a Jesucristo, como la Buena Noticia del Reino de Dios, que es amor, justicia, alegría y paz. Asimismo, nos comprometemos a luchar contra todo tipo de violencia que dañe la vida de las personas, de las comunidades y del planeta.

De este modo podremos vivir la cuaresma y la semana santa como un proceso de conversión que culminará en la Pascua, el tránsito de la muerte a la vida, de las tinieblas a la luz, de la esclavitud a la libertad de los hijos de Dios.

En todo amar y servir.

El autor es profesor de la Universidad Iberoamericana Puebla.

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