Desde que nacemos vamos cambiando; a lo largo de nuestra vida atravesamos por varias etapas que nos hacen ser distintas tanto física como emocionalmente. He oído a varias personas decir que la gente no cambia. Por supuesto que uno cambia; ninguno permanece igual a lo largo de la vida.

Nacemos con un temperamento, es decir, con actitudes heredadas genéticamente; a éste se le va sumando el carácter, conformado por los hábitos aprendidos tanto educativos como sociales. A estos dos se agrega el comportamiento o conducta, que es el conjunto de respuestas y reacciones de las personas ante el medio que los rodea, dando como resultado la personalidad.

Así que desde que llegamos al mundo no permanecemos iguales. Que mantenemos durante nuestra existencia la mayoría de características propias de nuestra personalidad es otra cosa, pero de que vamos teniendo cambios los vamos teniendo.

Porque aunque es cierto que no es fácil modificar cuestiones de nuestra personalidad, tampoco es imposible. Se requiere poner toda nuestra voluntad, pero primero hay un paso muy importante: aceptar que hay cosas en nosotros que es necesario cambiar para poder tener una mejor relación con quienes nos rodean, pero sobre todo para estar mucho mejor con nosotras mismas.

Como refería en la columna anterior, nuestras principales saboteadoras somos nosotras. Siempre somos las primeritas en ofendernos cuando algo nos sale mal y en criticarnos frente al espejo; así que la negatividad que nos damos pues la proyectamos hacia los demás. Soltarnos veneno hará que lo soltemos a quienes conviven con nosotras, porque nuestro cerebro se acostumbra a nutrirse de negatividad; es de lo que más tiene para dar.

Pero si vamos poco a poco cambiando la percepción que tenemos de nosotras, iremos logrando pequeños cambios en nuestra personalidad que serán de gran beneficio para nosotras y por ende para nuestros seres queridos.

Creo que nadie se salva de actuar a la defensiva cuando nos hacen notar que algo en nuestra conducta no está bien; nuestra reacción suele ser a la defensiva, o a la impulsiva porque no nos gusta equivocarnos, nos gusta tener la razón, pero sería más sano actuar desde el punto de vista de la aceptación de los errores para poder abonar a nuestro crecimiento emocional.

¿Se lee muy bonito verdad, muy fácil? Pero sé que no lo es. Es necesario poner todo de nuestra parte para poder aceptar con humildad nuestros errores y estar dispuestas a intentar enmendarlos. Porque es más sencillo simplemente decir: “Ay ¿sabes qué? Yo soy así “, que hacer el esfuerzo por modificar algo que puede ser modificable.

Apenas en un seminario sobre liderazgo que consistía en saber enfrentar la nueva normalidad, nos decía el ponente que todos llevamos a cuestas un costal lleno de etiquetas y traumas que se fueron acumulando durante nuestra infancia, el cual nos hace actuar de manera impulsiva en vez de usar el raciocino.

A dicho actuar se le llama secuestro amigdalar, proceso que hace un tiempo expliqué en este espacio pero que vale la pena recordar; este secuestro consiste en que las amígdalas toman el control de nuestro córtex prefrontal, es decir del centro de mando ejecutivo de nuestro cerebro que, domina nuestro actuar racional. Antes de que existiera este córtex prefrontal, nuestros antepasados actuaban bajo el control de las amígdalas para tener una respuesta inmediata e impulsiva ante sus depredadores y de esta manera tener más posibilidades de sobrevivir.

Pues he aquí que a pesar de millones de años de evolución y de contar con ese córtex, las amígdalas siguen siendo las protagonistas a la hora de actuar. Son éstas las responsables de que soltemos lo primero que se nos viene a la cabeza durante una discusión o que perdamos el control bajo episodios de estrés, pero porque a esa hora resurge ese costal de negatividad; actuar a la defensiva y llegar a decir cosas hirientes, es resultado de lo que arrastramos desde nuestra niñez.

Pero escudarse en ello no es pretexto para no querer intentar cambiar, sobre todo cuando a lo largo de nuestra vida hemos hecho más daño que bien a quienes nos rodean porque definitivamente algo no está bien en nosotras/os. Está en cada quien poder reconocer que tenemos cosas que arreglar y que ya no es válido pretextar lo ocurrido en nuestra infancia ni echarle culpas a quien nos crio por cómo somos ahora.

Mejorar para nuestro bien fortalecerá nuestra autoestima porque podremos entablar relaciones interpersonales más sanas. Ser más positivas con nosotras mismas proyectará una actitud igual de positiva hacia nuestro entorno, lo cual en definitiva atraerá cambios muy buenos en nuestra vida.

Siempre podemos ser como las mariposas, que viven una metamorfosis que las hace ser mejores.

Nos leemos el próximo lunes.

@Ari_Sintesis127 en Twitter.

rodaril127@gmail.com

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