Hay una palabra que define con precisión y valor consensual el estado de cosas que priva en la opinión pública sobre nuestra vida y nuestro espacio político: polarización. La mexicana, sin lugar a dudas, es hoy una sociedad fracturada, cuyo punto de gravitación es AMLO y la 4T.

A la vista de un observador promedio, la situación es diáfana. Desde hace décadas, el campo político mexicano ha venido estructurándose y operando en clave de dos grandes constelaciones: la de quienes respaldan por sistema a Morena y la de quienes lo atacan a diestra y siniestra y bajo cualquier pretexto.

En medio del reconocimiento expreso de que la polarización se ha entronizado, se dibuja el reclamo del bloque opositor, desde cuya perspectiva el responsable directo es AMLO, con sus estigmáticas y sistemáticas alusiones a la otredad fifí y a su estirpe neoliberal.

Y no es precisamente que la jocosa narrativa de AMLO esté exenta de las consecuencias que sus detractores señalan a diestra y siniestra. De hecho, a juzgar por el alto grado de socialización de su terminología, sus impactos polarizantes resultan innegables. El punto es, parodiando los usos coloquiales, que como cualquier baile el de la polarización requiere de dos bailarines.

A los opositores a la 4T les disgusta que se les tilde de reaccionarios y neoliberales; luego, si es el caso de que ostentan grados académicos y trayectorias profesionales reputadas, la cosa se pone peor. Con sus doctorados por delante, descalifican lo que les resulta disonante y se autoproclaman como dueños de la verdad.

Y, quizás, el ejemplo emblemático son los espacios noticiosos en la radio y la televisión privadas. Desde sus micrófonos, los conductores y sus invitados expertos practican el deporte de hacer escarnio presuntamente docto de la vida y obra de Andrés Manuel, a quien critican de autócrata a la vez que practican el juego del pensamiento unidimensional; y ni por asomo se hacen cargo de que son una constelación política en la que no hay espacio para la disidencia y la pluralidad.

Y aquí es donde enclavan las condiciones de posibilidad de la iniciativa de reforma electoral remitida al Congreso Federal por AMLO. Y, al respecto, no es mucho lo que cabe esperar de positivo. Porque, en el clima de polarización imperante, lo menos que puede decirse es que la iniciativa de reforma electoral nació muerta.

Los medios radiofónicos de mayor penetración a nivel nacional han hecho bien su parte, al poner sus micrófonos al servicio de esos aliados suyos que han hecho de la detracción de Morena un lucrativo deporte. Por cierto, y para nada llama a la sorpresa, son estos detractores los que han hecho causa común con los consejeros electorales del INE, declarados aliados del bloque opositor, que hacen política de partidos opositores, intentando hacer pasar su independencia del gobierno como autonomía.

En un clima  polarizado como el que hoy existe poco lugar hay la sorpresa. Los opositores a la 4T seguirán hablando pestes de la reforma a un auditorio que con esfuerzo y dedicación han forjado, mientras que los seguidores de AMLO y la 4T harán a su favor similares esfuerzos.

Y no, no hay por qué llamarse a engaño: ambos bailarines seguirán empecinados en la danza de la polarización, mientras que los detractores de la 4T insistirán en su versión simplista de que AMLO es el responsable de la polarización.

Y mientras todo esto sucede, la reforma electoral que el régimen actual requiere seguirá esperando a una oportunidad que, hoy por hoy, no barrunta en nuestros horizontes.

 

@franckbedolla,

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