En estos días en los que se amalgama lo profano con lo solemne, encuentro amplia relación entre nuestras fiestas de Todos Santos, muertos o difuntos, con la no menos nuestra fiesta de toros.

La muerte está presente en cada rincón de Tlaxcala, ciudad colonial que vive de manera especial sus tradiciones, su devoción y gracia a la muerte, así como el culto a la fiesta brava.

Inseparable amiga de matadores va siempre a su lado. En el ruedo, el torero da capotazos a la muerte disfrazada de toro bravo.

El olor a flores, el incienso y la fruta de temporada hacen de estas fiestas, una de las más coloridas de México, y en Tlaxcala no se entiende diferente la tradición.

Las tablas del ruedo rojas como la sangre, las localidades como el gris de la losa que guarda el epitafio. En el ruedo, la arena como el polvo de los huesos de las viejas calaveras.

Cuando cae la tarde, el color se hace más cálido en la plaza, más cómodo y románico es el espacio para ver una faena en el ruedo. El sol comienza a irse y hace honor a nuestro día de muertos.

Con el sol a media intensidad, surgen los nuevos colores, esos que salen del vestido de torear, ya sea en oro o en plata, la intensidad es la misma.

Los cuernos de los toros son filosas navajas que rozan el vientre y los muslos del artista. El torero está jugando con la muerte, la burla, como el mexicano común hace fiesta y se ríe de la catrina.

Antes de ir a la plaza con el capotillo en el brazo y la montera en la mano, el torero enfrenta sus miedos en un cuarto de hotel frío y oscuro. La huesuda lo asecha.

En México la muerte forma parte inseparable de la cultura popular. Como escribiera Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad, “el mexicano, en cambio, la frecuenta, la burla, la acaricia, duerme con ella, la festeja, es uno de sus juguetes favoritos y su amor más permanente”.

Lo mismo pasa en los toros, el morbo hacía la muerte siempre está presente en el tendido. En los pueblos de Dios, se burla, la festeja, le da de beber tequila, el populacho aplaude la cornada.

Curiosos la observan, la quieren ver de cerca, aunque la tragedia sea del torerillo. Mientras, la muere carga en sus brazos el recamado vestido de torear, empapado de sudor y sangre.

La muerte y los toros, inseparables compañeros que no comprenden la fiesta de día de muertos y la fiesta brava como una sola.

 

Club de Tobi

Ya no es novedad saber y enterarse que la fiesta de los toros es un espectáculo elitista dentro y fuera del ruedo. No cualquiera accede al círculo personal de un torero, ganadero ni mucho menos empresarios. En Tlaxcala no es la excepción.

Siempre he pensado que por afición y ética, es mejor comprar un boleto a estar esperando los favores o acreditaciones de empresas que solo dan el paso a los que les cubren las espaldas.

Tener el derecho a la crítica objetiva siempre será la premisa de cualquier periodista, máxime si se trata de un espectáculo en el que el arte y las cosas bien hechas son subjetivas, cada quien observa lo que pasa en el ruedo desde un ángulo distinto, y en algunos casos, como mejor le convenga. 

 

 

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