Arrinconada en el taller sin personas que la observen la pintura no envía sus significados. El espacio intervenido por una escultura no parece impulsar emociones si no hay nadie que lo vea. Solo el ser humano puede activar la obra de arte con su presencia, enfrentado al objeto, adentrándose a la experiencia y significando alrededor de los conceptos que se le presentan. Entonces obra y espectador se hacen uno.

La obra que ya no existe comenzaba en un espacio diseñado para hacer partícipe al público. Sobre unos cables colocados a modo de tendedero se fueron montando retratos de las personas que arribaban al recinto, formulando un juego, una pasarela, las posibilidades del azar para producir una imagen. La dinámica de participación se echaba andar siguiendo una serie de instrucciones: sentarse, mirar al frente, posar, clic. Una toma fotográfica. Una pieza más al tendedero. El juego se trataba de ser modelo y arrancar un gesto en un instante perpetuado en una foto. Producciones del pasado que se activan en presente.

Un tejido visual que juega con las circunstancias del espectador y se hace vivo con la luz en el instante de la toma. El azar moldeando la escultura del momento, produciendo el dibujo del presente, el estar siendo en su movimiento. Una foto que se hace cuerpo. Un cuerpo de fotos de los participantes que después fueron objeto. Instalación. Una obra cambiante. Observar y luego quedarse en la obra para ser visto. Fetichizar y ser fetiche. No es la obra, es el espectador siendo con ella, que fue y se hizo, los hizo. El tiempo fue el soporte y la participación el material con que se pintó la imagen. Ser sujeto y obra. Humanidad y arte. Una reflexión alrededor del estar y el ser. ¿Que soy y que puede ser la obra conmigo? ¿Dónde se encuentra el arte, en mi presencia o en el enfrentamiento que se hace con la obra?

Ahora bien, hablar de esta obra es referirnos a su ausencia, del vacío guardado en el espacio que habitó, porque alguna vez lo hizo, fue presente y los ojos de lo humano dieron cuenta de ello. Ahora, acercarse a esa obra que no existe es hablar del recuerdo en un presente que se enlaza con ese pasado.

Recuerdo y obra se articulan hoy de maneras semejantes en un juego dialectico extraído de una situación que generó experiencia, afecto a través de una presencia efímera, por las acciones, que vinieron después de la instrucción. Lo que no está habla de lo que es la obra ahora, en el hoy, es decir nada, una anécdota, una historia de un momento artístico. Es historia y es arte, no fue arte, lo es ahora.

Si no vemos ¿entonces que vemos? Los distintos cuerpos de la percepción. Si la obra se encuentra en la superficie del discurso y no en la materialidad, ¿la obra es la palabra o el afecto? Son diferentes estados de conciencia, pues la idea de la continuidad del recuerdo reside en el cerebro y se formula en prejuicio o conocimiento. Un hilo de una situación que se posterga, que se alarga con su charla, con el recuerdo, que no tiene fin. Es obra y es recuerdo y es conocimiento.

Decía Auguste Rodin que sin la vida el arte no existe, yo creo que se refería a ese círculo de comprensión y emociones que propulsa la obra de arte en el espectador, es decir, el arte no se encuentra en el objeto, sino en la construcción conceptual que brinda este al espectador en el encuentro, al activarlo. Ver no solo con los ojos, pensar no solo con la mente y significar con el acervo con el que contamos.

artodearte@gmail.com

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